sábado, 7 de enero de 2017

G de John Berger

G. es la historia (y el nombre) de un Don Juan, narrada desde su nacimiento en las postrimerías del siglo XIX, que en sus andanzas amorosas recorre Europa y se mezcla en los grandes acontecimientos que marcaron el cambio de siglo, hasta la I Guerra Mundial. Pero el libro no se limita a narrar los lances y conquistas amorosas del protagonista, sino que más bien nos habla de la necesidad de G. de esas aventuras como único modo de existir, de vivir y así comprender la vida.
¿Quién es G.? ¿Don Juan? ¿Garibaldi? ¿Algún héroe romántico? ¿El libertador de las mujeres? Espectador de los principales acontecimientos que agitaron Europa en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial -desde la unificación italiana a las luchas nacionalistas en la ex-Yugoslavia, pasando por los albores de la navegación aérea-, G. Encarna, según su autor, «al hombre que hace el amor como una forma de destruir mentalmente a la sociedad establecida».
El libro es una reflexión compleja, sesgada y fragmentaria sobre la sexualidad masculina, en un mundo en el que las mujeres ya no son propiedad indiscutible de los hombres.
La novela nace y muere a la par de su personaje sin nombre que ha generado interpretaciones variopintas. Hijo ilegítimo de un italiano rico y una aristócrata inglesa, G es fruto de la decadencia e hipocresía del Estado burgués en tiempos donde se respiraba revolución proletaria y expansión imperialista. A su vez, en esos años surgían los primeros movimientos nacionalistas que desembocaron en la Primera Guerra Mundial junto con el fin del socialismo utópico.
El personaje es una suerte de Don Juan desencantado y desclasado. Su crianza y doble nacionalidad parece alejarlo de todos. El no es nadie, o es Europa entera. G no hace avanzar la historia, sino que es atravesado por la Historia. No le interesa estar del lado de los explotadores, ni de los explotados. No sabemos a qué se dedica –además de sus conquistas amorosas–, ni qué lo motiva. G, además de no tener nombre, pareciera no tener cabeza, es un personaje sin psicología. Es una idea. La idea que eligió Berger para retratar los “vicios y costumbres” de la sociedad europea de preguerra a través de un erotismo que pone al descubierto, entre otras cosas, la dominación del hombre sobre la mujer.
Los personajes femeninos se van transformando en iconos. Son importantes por lo que representan: el proletariado, la moral burguesa, el imperialismo y finalmente la lucha nacionalista. Cada amante de G es seducida y, al ser puesta en evidencia, es liberada. En ese sentido, el Don Juan de Berger no es el histérico Tenorio sino una especie de redentor. Sin embargo está más cerca de un personaje de la picaresca que de un héroe romántico. Su vida no avanza hacia un destino, sino que se va encadenando de acuerdo con las mujeres con las que se cruza
G es una muestra extremada de la preocupación del escritor por la relación entre arte, vida y política. Cuando Berger recibió el premio tenía cuarenta y cuatro años, había dejado definitivamente Inglaterra hacía una década y estaba en el apogeo de su militancia política y visibilidad mediática. Ese mismo año había escrito y protagonizado Modos de ver, un programa sobre arte que emitió la BBC, acompañado de un libro con el mismo nombre que se convirtió en best-seller y referencia obligada de los estudios estéticos.
Este pintor reconvertido en crítico y escritor había estado en el ejército británico durante la guerra, compartido lugar de trabajo con Henry Moore, escrito en prensa bajo la supervisión de George Orwell y padecido la censura anticomunista. De alguna forma, Berger estaba de vuelta. Pero todavía le quedaba media vida más de novelas, poemas, guiones y escritos inclasificables. Le quedaba, por ejemplo, De sus fatigas, la excepcional trilogía sobre la vida campesina europea. Le quedaba escribir sobre Picasso, cartearse con el subcomandante Marcos. No sabía que iba a instalarse en un pueblito olvidado de los Alpes franceses, escribiendo cuatro horas por día, trabajando la tierra y moviéndose en una moto. Ignoraba que todos esos pasos le darían aún más espesor a su literatura, simplificándola.

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