El joven Proust fue feliz. Durante algunos años conoció el
secreto de dejarse invadir por la felicidad porque un rayo de sol lo lamía,
porque olía el perfume de una flor, porque amaba a una muchacha, porque quería
a su madre, porque leía un buen libro, porque descubría las grandes leyes de la
existencia. Después, lentamente y con pena, el «joven hombre brillante, sin
timidez y sin ostentación», descubrió que no tenía la fuerza necesaria para la
felicidad, que era un «hombre de dolor», un Extranjero (como Kafka, el otro
gran y enigmático mito de la cultura de nuestro siglo).
Un día, en un jardín de París, contempló largamente un grupo
de colombes poignardées - las palomas que llevan en el pecho una mancha roja,
parecida a una herida ensangrentada y oscuramente comprendió que la «paloma
apuñalada» era él, Marcel Proust, el hombre que apuñaló su propio corazón con
un sentimiento muy agudo de culpa, y que fue apuñalado por cien dolores.
Reynaldo Hahn, amigo y músico, que habia invitado a Proust al Jardín de
Aclimatación, le dice sobre esa variedad de palomas con el pecho rojo: "Se
diría que son ninfas que se han suicidado por amor".
Proust piensa en algún momento en "Colombe
poignardée" como título posible para "A l'Ombre des Jeunes Filles en Fleur"
y Pietro Citati lo escoge para su "estudio" sobre Proust y "La
Recherche...", porque, entre otras tesis, piensa que Proust se enferma y
muere por remordimientos, sobre todo respecto de su madre, y "En Busca del
Tiempo Perdido" sería un magnífico intento de compensación de esas culpas.
Fue entonces que, sin darse cuenta, decidió abandonarse a su
«mal sacro»; hizo del asma del que sufría desde niño un complicado sistema de
hábitos y rituales que transformaron completamente su vida. Después de muchos años
de frecuentar apasionadamente los salones de París, se volvió un recluso,
poseído por momentos por un sentimiento atroz de derrota. Y sin embargo la
neurosis tenía sus aspectos benéficos, era un maravilloso instrumento de
conocimiento y dilatación.
Encerrado en su habitación revestida de corcho que lo protegía como si fuera una madre, comprendió que no era el hombre cualquiera y fragmentario que hasta entonces había creído que era. Desde ese momento, con un férrea voluntad, disfrazada frente a los amigos por las más amables e hipócritas excusas, se puso a preparar la última parte de su existencia: las miles de noches llenadas con la escritura de A la recherche du temps perdu.
En La paloma apuñalada, Pietro Citati nos lleva como nadie
lo ha hecho antes muy cerca del misterio que fue Marcel Proust. Pietro Citati
es un admirador profundo del genio francés. Citati, novelista, ensayista y
autor de estudios biográficos sobre Goethe, Alejandro Magno, Katherine
Mansfield, Kafka y Tolstoi, advierte que su libro "no es ni pretende ser
una biografía" sobre Proust. El texto "canónico" al respecto,
que no ha podido ser superado, sigue siendo el exhaustivo (aunque tedioso)
"Marcel Proust", de George Painter, "el biógrafo". No obstante,
las dos primeras partes del libro están fundamentalmente dedicadas a la vida de
Proust. Citati demuestra allí un conocimiento profundo y decantado de la
aplastante bibliografía, pero, por sobre todo, de los testimonios directos, de
primera mano, que ha leído y releído: las primeras obras del propio autor
francés, sus críticas periodísticas, su correspondencia, las referencias que de
él dejaron sus contemporáneos, "La Recherche" misma.
La personalidad extraordinaria de Proust, los episodios
centrales que marcaron su vida, los grandes amigos(Montesquiou, Daudet, Hahn,
Anna de Noailles, Bibesco, Fenelon), los amores frustrados (todos lo fueron),
los pliegues y sutilezas de la relación con su abuela y su madre, el asma como
"mal sacro", su generosidad casi pródiga, una homosexualidad lacerante,
las especulaciones financieras que lo llevaron a la ruina, su formación
intelectual y literaria (La Biblia, Balzac, Shakespeare, George Eliot, Ruskin,
Sainte- Beuve), el descubrimiento de su vocación y de las intuiciones básicas
sobre las que construirá después "La Recherche", "la última
catedral inacabada de Occidente", son descritos con un bello estilo, a la
vez conciso y elocuente.
Citati es un lector enamorado de Proust, y las líneas de su
obra transmiten a cada rato ese sentimiento casi de arrobo, pero que no resta
lucidez ni penetración. Las páginas biográficas, entreveradas con referencias a
sus obras (con citas intercaladas con discreción y sin las molestas notas a pie
de página), proporcionan una visión refulgente y conmovedora de la vida de Proust.
¿Cuáles son las claves que Citati esboza de esta existencia
tan compleja y única? Una sobreabundancia extraordinaria de sensibilidad,
ternura e inteligencia (la capacidad de ver dioses enmascarados en la vida
cotidiana); el anhelo desmesurado de felicidad, en especial de la felicidad
(ardientemente perseguida y escasamente alcanzada) que da el otro individuo a
través del amor; el morboso sentimiento de culpa, sobre todo hacia su madre; la
búsqueda incesante de la singularidad del otro ("El hecho es que en toda
mi vida siempre pensé poquísimo en mí mismo"), a lo cual se añade su
derroche de sociabilidad, simpatía y capacidad mimética; el dolor omnipresente
como engendrador de conocimiento y belleza; su conjunción final con la
enfermedad y la muerte.
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