sábado, 13 de mayo de 2017

Alberto Laiseca

Laiseca nació en Rosario el 11 de febrero de 1941 y pasó su infancia en Camilo Aldao, un pueblo ubicado entre las provincias de Córdoba y Santa Fé. Ahí cursó la primaria pero el pueblo no tenía colegio secundario, así que cuando le llegó el turno tuvo que viajar todos los días al pueblo vecino, Corral de Bustos, a 28 kilómetros, para completar su educación formal. Su vida familiar está profundamente marcada por la muerte de su madre.
En 2010, su pueblo lo declaró Ciudadano ilustre. Ese lugar lo marcó profundamente por dos hechos fundamentales: fue la zona donde comenzó a imaginar historias y donde experimentó una tormentosa relación con su padre. "La cabeza de mi padre", uno de sus relatos de terror, da cuenta de esa experiencia.
Su primera lectura decisiva fue El lobo estepario, de Hermann Hesse, que imitó según él hasta el plagio. Habría que sumar a Mika Waltari, Oscar Wilde (su Retrato de Dorian Gray) y El fantasma de la ópera, de Gastón Leroux.
En un homenaje realizado en el Centro Cultural Rojas en 2014, Laiseca recordó “estar en el patio de la casa de papá, en un día de verano, sentado en la tierra, imaginando cosas y, también, esperando a mi pandilla, que eran seis chicos con los que salíamos a hacer aventuras. Sus madres me odiaban, porque decían que mandaba más yo que ellas, y era verdad. Esas eran las cosas que me ayudaban a no volverme loco”, relató el escritor sobre el pueblo que lo acompañó en su memoria hasta el último día de su vida.
Menospreciado por su padre y abandonado a su suerte, Laiseca viajó a Buenos Aires en 1966 y tuvo que rebuscárselas para sobrevivir: fue cosechero, empleado telefónico, peón de limpieza, corrector de pruebas de galera, durmió en la calle, pasó hambre, vivió en muchas pensiones, pero nunca dejó de escribir. Durante siete años sobrevivió muy al límite. En 1973 lo presentaron a los editores del diario La Opinión, que publicaron su primer cuento y las cosas muy de a poco empezaron a cambiar.
Los años 70 fueron complicados en términos personales pero fueron los años de su entrada formal en la literatura. En 1976 el sello Corregidor publicó su primera novela, Su turno para morir y recién seis años después saldría su segundo libro, Aventuras de un novelista atonal. A partir de entonces, escribiría y publicaría un libro cada dos o tres años y su obra completa es vasta y compleja: más de veinte libros en varios géneros, del cuento a la novela, pasando por el ensayo y por textos de género más híbrido.
Gracias a su voluntad desmedida y su imaginación desbordada, fue creando con el tiempo un estilo tan extraño como personal: el llamado "realismo delirante", un género literario personal que trabaja con la realidad a partir de la exageración y donde las cosas cambian su dimensión para ser miradas, pensadas y narradas desde una nueva concepción espacio-temporal. Decía que lo suyo era el "realismo delirante", es decir, "ni realismo, ni realidad".
La década del 90 es considerada por los críticos y los lectores una clave de la producción literaria de Laiseca: es cuando termina de delimitar una zona de interés y donde la escritura hace cumbre. La hija de Kheops, La mujer en la muralla, El jardín de las máquina parlantes y, sobre todo, Los Sorias, uno de los proyectos más vastos y jugados de la literatura argentina del siglo XX.
"Los Sorias" narra la historia de una civilización durante el reinado mundial de tres dictaduras: Soria, Unión Soviética y Tecnocracia que emprenden una batalla sin final por aniquilarse mutuamente. Esta monumental obra de más de 1.300 páginas -la más extensa de la literatura argentina- le llevó diez años de escritura y otros quince para poder publicarla. Los Sorias tiene 30 mil palabras más que el Ulises de Joyce y fue escrita sólo para vengarse de unos vecinos de su infancia.
En cine, Laiseca participó en dos películas de Mariano Cohn y Gastón Duprat: "El artista", por la que el escritor estuvo nominado a varios premios como actor revelación, y "Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo", basada en una historia escrita por él.
Durante su último año y medio de vida estuvo en un geriátrico del barrio de Flores, donde era visitado por algunos de sus discípulos. Murió el 22 de diciembre de 2016, al mediodía, a los 75 años, en el Hospital Británico del barrio de Barracas.


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