En uno de los carros de tercera clase del tren proveniente de Varsovia con destino a San Petersburgo, viaja el protagonista de la historia, el príncipe ruso León Nicolaievitch Mishkin. Viene de Suiza, de un sanatorio donde ha pasado recluido los últimos cuatro años, preso de una "afección nerviosa caracterizada por estremecimientos y convulsiones, algo así como la epilepsia o el baile de San Vito." Miskin en cuestión entabla un diálogo con quien viaja en el mismo compartimiento y alumbrará el camino que tomará el relato en adelante. Se trata de Parfenio Rogoyin quien también regresa a San Petersburgo después de un mes de estadía forzosa en Faskof.
Al diálogo sostenido por ambos personajes de edad y apariencia semejante, concurre un tercero, que sabe todo acerca de la vida de las personas de San Petersburgo a las que aluden los jóvenes en su amistosa conversación. Rogoyin, que en adelante será uno de los principales personajes segundarios de la obra, regresa en ese momento a San Petersburgo con motivo de la muerte de su padre, acaecida pocos días atrás. El "hombre de la nariz empavonada" que ha terciado en la conversación está al tanto del hecho, y asegura que el muerto en cuestión ha dejado una fortuna considerable, ascendente a los dos millones y medio de rublos. Rogoyin, que viaja en iguales condiciones de pobreza que el príncipe Mishkin, se excita ante tales afirmaciones, dado que su difunto padre siempre lo hizo llevar una vida miserable. Y al exponer las causas principales por las cuales había huido de la casa paterna, Ledebef -que así se llama el hombre de la nariz empavonada- resulta que también conoce Anastasia Filippovna, mujer en torno a la cual girará la vida de los personajes y de la novela misma, y de la cual Rogoyin está enloquecidamente enamorado. Aunque es de conocimiento público que es la amante de Atanasio Ivanivich Totzky, rentista opulento y miembro de sociedades financieras. Una vez en San Petersburgo los personajes se separan. Mishkin se presenta en la casa del general Epantchine, esposo de la última pariente que le queda al desafortunado príncipe que ha llegado a San Petersburgo sin un rublo en el bolsillo, y con un lío de ropa como único equipaje. A través del general, el príncipe conseguirá alojamiento y la relación con el mundo que circunda la vida de Anastasia Fillipona, de quien después de conocerla, se enamorará también perdidamente de ella. Ahora bien, Dostoievski, nos pone al corriente de la cuestión principal en las primeras páginas de su relato mediante el recurso del diálogo. Dejando hablar libremente a sus personajes como si de teatro se tratara, introduciéndolos apenas con breves párrafos referidos al lugar, al tiempo, y a las circunstancias. Este recurso es poco usado en la literatura de la época. En las novelas de Dostoievski, los personajes hablan hasta por los codos, contándose unos a otros toda clase de peripecias. En las tertulias en casa de la mentada Anastasia, los invitados se entretienen contando anécdotas de su vida. De estos diálagos surge la anécdota, el tema y el asunto. Así nos enteramos de la herencia que recibe el príncipe, del rechazo de Anastasia a casarse con Gabriel Ardalionovich (Gania), del dinero que ofrece Rogoyine por el amor de Anastasia, por el fallido casamiento del príncipe con ella. En fin, de todos los acontecimientos de la novela. La penetración en el alma misma del personaje es una de las características que destacan en la literatura rusa. Son ellos, los escritores rusos, los que abren las puertas del alma y de la psicología moderna. "El príncipe conocía que se hallaba en un estado anormal, análogo al que en otro tiempo precedía a sus ataques epilépticos. Sabía que durante este período precursor del acceso, estaba atrozmente distraído y que a menudo confundía las cosas y las personas, si no se fijaba en ellas con un esfuerzo supremo de especial atención." La descripción detallada del estado anímico del personaje, no puede ser más precisa. La claridad de la pluma de Dostoievski para explicar y detallar las particularidades de la enfermedad que afecta al protagonista, no puede ser más lúcida, alcanzado la precisión de la psiquiatría, en una época todavía lejana a los avances en aquel difícil campo. La novela avanza hasta la tragedia que pondrá al delirante Rogoyin en manos de la justicia, acusado de homicidio tras la muerte de Anastasia, y posteriormente condenado a quince años de trabajos forzados en Siberia. Desenlace que nos recuerda Crimen y Castigo. A su vez, el príncipe León Nikolaievitch volverá a la clínica del doctor Schneider en Suiza, de donde había salido curado pocos meses antes rumbo a San Petersburgo. El contrapunto establecido por Dostoievski entre estos dos personajes, acaso sea la clave para comprender el mensaje dejado por el autor: la diferencia sustancial entre un enfermo de epilepsia (el príncipe) con un ser que ha perdido enteramente el juicio y es capaz de cometer un asesinato (Rogoyin). Ambas afecciones cerebrales que a la gente del siglo XIX les resultaba, en general, imposible separar. Los modelos que escogió Dostoievski para componer el personaje del principe Mishkin fueron Cristo y El Quijote. Es, sin ninguna duda, una novela de extremos en el que la pasión consume a los personajes hasta la muerte y en el que el motor narrativo es la complejidad psicológica de sus personajes. Por eso, por su profundidad narrativa, por tratarse además de una novela en la que aparecen muchos personajes secundarios, cada uno de los cuales es desarrollado por el autor con prolijidad minuciosa, en la que la trama avanza a través de las disquisiciones psicológicas, por ser, en definitiva, una novela compleja y extensa, se suponía imposible de adaptar al cine. Pero en 1951 Akira Kurosawa llevó a las pantallas una curiosa y personal adaptación y, al mismo tiempo y aunque parezca contradictorio, fiel al espíritu de la obra literaria. En primer lugar Kurosawa rompe con el espacio y el tiempo de la novela de Dostoievski. San Petersbusrgo se convierte en una ciudad de la isla del norte de Japón, Hokkaido, sepultada bajo una inmensa nevada que se convierte a su vez en protagonista. La nieve y el frío parece condicionar a los personajes. El final del siglo XIX se convierte en la adaptación de Kurosawa en la posguerra japonesa, lo cual le permite al autor emplear esa carencia propia de las ciudades en estado de reconstrucción, la precariedad de lo que intenta recuperar la normalidad rota, para despojar a la obra de Dostoievski de todo oropel y lujo. El escenario que nos muestra Kurosawa es uno que se levanta sobre ruinas enterradas bajo la nieve. No hay príncipes, ni palacios, ni suntuosos balnearios; la vida disipada se desarrolla en habitaciones sobrias; un servicio de té simboliza la nobleza de sus propietarios, que habitan un edificio devastado y congelado. El escenario de Kurosawa es austero porque sabe que el drama de Dostoievski es un drama humano, puede cambiar su localización y su tiempo, porque la tragedia de El Idiota es universal. A pesar de que esta obra de Kurosawa ha llegado hasta nosotros bastante mutilada en su extensión y que nunca sabremos verdaderamente hasta que punto la idea original era fiel al modelo literario, si que podemos apreciar de los recursos que emplea el director para aproximarnos a un drama universal. Porque a pesar de lo que decía Dostoievski en su correspondencia, finalmente su Mishkin, no puede evitar causar dolor, la bondad no puede complacer a todo el mundo y finalmente el protagonista escoge de forma egoísta. En esa caída reside la tragedia. La novela El idiota de Dostoievski a primera vista parece muy enigmática. Algunos han pensado que se estaba describiendo a un cristiano auténtico. Se dice que hasta Nietzsche, después de haberla leído, mejoró su disposición respecto al ideal cristiano. Pero si nos situamos en la problemática de la época en que está escrita la novela, resulta más difícil admitir esa benévola interpretación. Hacia finales del siglo pasado, muchos intelectuales rusos y extranjeros se sentían encantados por el profeta de la no resistencia al mal, L. N. Tolstói. Sus relatos y sus teorías parecían que propagaban el cristianismo en su forma más pura. Tolstói era para sus seguidores un nuevo san Francisco de Asís, pero moderno, liberado de los elementos mitológicos. Hay que tomar al pie de la letra la doctrina moral del evangelio y observarla con todas sus consecuencias, decía el escritor, pero los milagros de Jesús y su misteriosa persona pertenecen a la mitología y, por tanto, carecen de interés. La actitud de Dostoievski es diametralmente opuesta. Responde a Tolstói con su novela El idiota. El príncipe Mishskin vuelve a San Petersburgo, su ciudad natal, con poco dinero. Allí se entera de que es dueño de una rica herencia y se manifiesta no apegado al dinero. En los salones de la ciudad imperial se muestra como un verdadero cristiano: perdona las ofensas, piensa bien de todos, no cede al mal. Al principio le miran con escepticismo y sonrisas enigmáticas, pero termina haciéndose simpático a todos. Llega un momento en que la historia toma un giro de infortunio. El príncipe es objeto de disputa entre mujeres y se ve arrastrado a asistir a un crimen. Es incapaz de impedirlo. En esta novela el personaje más interesante es -aparte del príncipe Myshkin- Rogoyin. Una vez más, vemos el profundo conocimiento que tiene Dostoievski de los supuestos sentimientos nobles: en este caso, Rogoyin nos muestra perfectamente lo que es una verdadera pasión (fascinante el momento en el que, ante la afirmación de Myshkin "la odiarás por lo mucho que la amas ahora", Rogoyin acaba admitiendo que matará a Nastasya Filippovna si consigue hacerla suya). En Nastasya Filippovna, vemos a otra extraña afección del corazón humano: las personas que, al verse profundamente humilladas, se vuelven extremadamente orgullosas. Son este tipo de personajes los que le han dejado a Dostoievski un sitio en la historia de la literatura universal. Aparte queda el príncipe Mishkin, El Idiota, intento de Dostoievski de representar la perfección moral. Sólo con el título ya nos podemos hacer una idea de lo que opinaba Dostoievski sobre su tiempo: una época en la que -según el escritor moscovita- lo bueno era despreciado.
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