domingo, 18 de marzo de 2018

Del Mundo de Guermantes al Tiempo recobrado


Marcel Proust: El mundo de Guermantes (En busca del tiempo perdido III)

Si los dos primeros tomos (“Por el camino de Swann” y “A la sombra de las muchachas en flor”) estaban ambientados en la infancia y adolescencia de Proust, en "El mundo de Guermantes" nos encontramos a un Proust ya en su juventud. Pese al paso del tiempo, los temas siguen siendo, básicamente, los mismos: el amor (como idealización de la persona amada y de lo que la rodea), la soledad, el arte, las relaciones sociales y, sobre todo, el tiempo y su influencia en la percepción de las cosas.
Pero el personaje evoluciona y aparecen nuevos temas, como la política, el antisemitismo o la homosexualidad. Prueba de esta evolución del personaje la encontramos ya al comienzo del libro. En él, tras regresar de su retiro con fines medicinales en Balbec, vuelve a disfrutar de la vida en la ciudad. Allí acude al teatro y tiene la oportunidad de ver actuar, de nuevo,  a la Berma, que tanto le había decepcionado (de tanto como había ansiado verla) en su adolescencia, quedando en esta ocasión completamente maravillado.

La verdad es que el comienzo del libro nos trae a Proust en estado puro, con unas detalladísimas y bellísimas descripciones de los palcos y de los ambientes del teatro. En estas páginas nos encontramos con un Proust absolutamente desatado.
Como hemos comentado, el amor vuelve a ser importante (recordemos que se trata de un amor más ideal que carnal). Si en los dos primeros tomos eran Gilberta y Albertina las adolescentes objeto de su amor no correspondido, en este caso es Oriana, duquesa de Guermantes, la mujer objeto de sus intentos de acercamiento. Intentos torpes y tímidos de acercarse a ella y al mundo del que forma parte y que precisarán de la colaboración de su amigo Roberto de Saint-Loup, pariente a su vez de la duquesa. A raíz de las relaciones que Saint-Loup mantiene con Raquel, prostituta de “a 20 francos”, Proust aprovecha para reflexionar sobre el amor, en otra de las partes más interesantes del libro.

Los citados intentos de acercamiento acaban con la entrada de Proust en los círculos aristocráticos, a través de la ya conocida marquesa de Villeparisis. En casa de ésta, asistirá a una reunión con multitud de personajes, entre ellos la duquesa de Guermantes (con la que apenas intercambia unas breves palabras), que entran y salen de la reunión, exponiendo sus puntos de vista sobre las relaciones sociales, el asunto Dreyfus, tan en boga en aquel momento, y la cuestión judía. Pero no os asustéis. No estamos ante un Proust político, ni mucho menos. Él es un mero testigo, sin más. Utiliza el “caso Dreyfus” únicamente para definir a los personajes.
Finaliza esta primera parte del libro con la salida de nuestro protagonista de la reunión y unos extraños comentarios por parte del barón de Charlus acerca de una “misión secreta” para él.

La segunda parte del libro comienza con unas de las más bellas páginas de todo "En busca del tiempor perdido", al menos hasta ahora. Son las que narran la enfermedad, agonía y muerte de la abuela (¡ay, esas freudianas relaciones entre Proust, su madre, su abuela y su sirvienta Francisca!). Sencillamente, son impresionantes.
Y tras un pequeño salto en el tiempo, Proust se reencuentra con una, en esta ocasión, servil Albertina, su amor de Balbec. Ese amor, para él, ha pasado a mejor vida, lo que no es óbice para que, cruelmente, se aproveche de Albertina (porque Proust era muy sensible, pero también un poco "golfo").




Por último, consigue, cuando menos lo deseaba ya, entrar en el círculo más íntimo de la duquesa de Guermantes. Acude, entre príncipes, duques, condes, embajadores..., a reuniones sociales de lo más elitista pero también de lo más mundano con sus charlas insustanciales, falsedades, cotilleos y envidias. Comprueba cómo ese mundo, en realidad, es completamente diferente al que él había imaginado, igual que ya le ha ocurrido con el amor o con el arte.
Concluye el libro de forma abrupta y sorprendente, con dos hechos. Por un lado, el barón de Charlus, el de la extraña proposición al final de la primera parte, le retira inesperadamente su amistad. Por otro, reaparece Swann, ya avejentado y enfermo, en casa de la duquesa de Guermantes. Quizá me equivoque, pero da la impresión de que el barón de Charlus y Swann serán importantes en el siguiente tomo.

Marcel Proust: Sodoma y Gomorra (En busca del tiempo perdido IV)
Por otra parte, al contrario que en El mundo de Guermantes, que transcurría íntegramente en París, Sodoma y Gomorra se desarrolla inicialmente en París y la "acción" se traslada después a Balbec.

Balbec, esa ciudad balneario cargada de imágenes, paisajes, luz, impresiones, que ya se nos presentó en A la sombra de las muchachas en flor y que vuelve a ser lugar de retiro para nuestro protagonista. Nada más llegar allí asistimos a otras de las páginas más bellas del libro: esas en las que recuerda su primera noche en Balbec, llena de miedos, y el consuelo que le ofreció en aquel momento su abuela, fallecida justo un año antes. La tristeza le invade con el recuerdo de su abuela. Ahora es verdaderamente consciente de su muerte. Se aísla del mundo, se niega a recibir a nadie, ni a las “élites locales” ni a Albertina, personaje fundamental en la segunda parte del libro. Pero como no hay mal que cien años dure, le veremos de nuevo asistir a reuniones sociales y a frecuentar a Albertina.
Vuelve a las reuniones sociales en Balbec (y alrededores), en las que se encontrará con personajes que son presentados, mayoritariamente, como falsos, ridículos, con conversaciones banales (atención a las páginas y páginas sobre la etimología de los nombres de pueblos y lugares). Hallaremos nobles provincianos que no le llegan a la suela de los zapatos a sus adorados Guermantes, parisinos de paso por Balbec, artistas e intelectuales de medio pelo y, sobre todo, a nuestro viejo conocido Palamedes, barón de Charlus, al que ya no se podrá ver con los mismos ojos después de los hechos que hemos presenciado en París.

Para completar el tratado sobre la sexualidad y los celos que es Sodoma y Gomorra, asistimos a las relaciones, también en cierto modo obsesivas, del barón de Charlus con el joven soldado y músico Morel, que es presentado también como un personaje ruin, mezquino, interesado. Estas relaciones son criticadas por la espalda, pero aceptadas por parte de su círculo social.
Y vuelve a Albertina, personaje maltratado a lo largo del libro, con la que mantenía unas relaciones puramente carnales en París y que continúan en Balbec. La relación pasará por diferentes estados: desde el amor carnal al deseo de casarse con ella, pasando por las dudas y los celos más enfermizos, provocados por unos comentarios acerca de la orientación sexual de Albertina hechos por algunos de personajes asiduos a las reuniones mundanas.

El libro se cierra con un comentario del protagonista a su madre diciendo que vuelve a París y que se casará con Albertina (me da la impresión que eso no va a acabar bien). Así que el muy pájaro de Marcel nos deja con la miel en los labios, deseando empezar el quinto libro.
Marcel Proust: La prisionera (En busca del tiempo perdido V)

La acción, esta vez, se sitúa íntegramente en París, donde nuestro “héroe” y Albertina comparten apartamento, aunque no habitación (pero sí cama), no vaya a ser que cualquiera sepa que está allí la vea y se enamore de ella, y donde los enfermizos celos del protagonista harán que éste mantenga a Albertina semiencerrada. Ya comentábamos en una reseña anterior que Albertina era el personaje más maltratado del libro, y aquí se lleva la palma.

Estos celos provocarán diferentes situaciones, reflexiones y reacciones de cada uno de los personajes del libro. Centrándonos en sus principales protagonistas, llevarán a nuestro querido narrador a un permanente estado de indecisión (la dejo – no la dejo, la quiero – no la quiero…) y a vivir en un tiovivo de sensaciones, que finalmente provocarán que sea la propia Albertina la que opte por largarse y dejar al “pobre” Proust compuesto y sin novia (por cierto, no será la única ruptura a la que asistamos en "La prisionera").
Marcel Proust: La fugitiva (En busca del tiempo perdido VI)

Terminábamos "La prisionera" asistiendo a la huida de Albertina de casa de nuestro héroe y comenzamos "La fugitiva", conocida en otras ediciones y en otros países como "Albertina desaparecida" (mucho más acorde al título original, por cierto), con la confirmación de esa huida.
Sí, Albertina se ha ido y con ello sume en la desesperación a Marcel. Pero al muy retorcido no se lo ocurre una idea mejor que no hacer nada para conseguir así la vuelta de su amada. Al ver que esta no vuelve no se le ocurre mejor idea que  mandar a su amigo Saint-Loup "en comisión de servicio" para que hable con madame Bontemps, tía de Albertina, y así convencerla para que vuelva a su lado.

Claro, ¿Cómo va el señorito a mover un dedo por su propia cuenta?
En fin, todo sale al revés. Pasan los días. Albertina no vuelve pero comienza un breve intercambio epistolar, que se verá bruscamente interrumpido por la muerte de Albertina en un trágico accidente.

Y aquí empieza lo bueno. Los celos retrospectivos comienzan a aparecer, hasta el punto de enviar un emisario a Balbec a hacer averiguaciones sobre el pasado de Albertina o de mantener relaciones con Andrea, amiga de Albertina, para sonsacarla información. La memoria, el recuerdo y el olvido sobrevuelan todo el libro. Y el tiempo, que todo lo cura (¿o no?). Estos cuatro elementos se combinarán a lo largo de la obra y harán pasar a Marcel por diferentes estados de ánimo: desde la desesperación hasta la indiferencia, un poco al estilo de como le pasó con la muerte de su adorada abuela.
Páginas y páginas enteras de divagaciones (Marcel Proust en estado puro), acerca del amor, del recuerdo, de los celos y, sobre todo, acerca de cómo afecta el paso del tiempo al sentido y al valor que otorgamos a esos recuerdos y a esos sentimientos. Todo un tratado de psicología, y van seis.

Una vez alcanzado el olvido, nuestro protagonista vuelve a su vida mundana personajes del pasado volverán a aparecer en el libro. Nuevamente el marqués de Saint-Loup, Gilberta Swann (primer amor de Proust), Legrandin, la duquesa de Guermantes, etc. No podemos (ni queremos) escapar del tiempo, no podemos (ni queremos) escapar del entorno social en el que nos movemos y nos volvemos a encontrar con viejos conocidos en situaciones diferentes.
Marcel Proust: El tiempo recobrado (En busca del tiempo perdido VII)

Llegamos, por fin, al último tomo de la monumental "En busca del tiempo perdido": "El tiempo recobrado", publicado en 1927, cinco años después del fallecimiento de Marcel Proust.
Pese a su título, que a algún lector desprevenido podría llevar a pensar en algo alegre por aquello de la recuperación del tiempo perdido, se trata del tomo más otoñal, más melancólico de toda la obra. La guerra, la Primera Guerra Mundial, la muerte y la enfermedad sobrevuelan todo el libro. Viejos conocidos de tomos anteriores reaparecen en "El tiempo recobrado" (hay que tener en cuenta que la obra transcurre varios años despúes de "La fugitiva") y lo hacen envejecidos y cambiados. El narrador también ha cambiado y es que el Tiempo, con mayúsculas, ha hecho su oscuro trabajo.

La obra, a pesar de que se presenta sin separaciones ni capítulos, podemos dividirla en dos partes.
La primera se centra, fundamentalmente, en los encuentros de nuestro protagonista con dos viejos conocidos: su amigo Roberto de Saint-Loup y el barón de Charlus. También nos reencontraremos con personajes fundamentales de otras partes de la obra, como Odette, Gilberta o la duquesa de Guermantes. A raiz de estos encuentros y de su impresión en el narrador, comenzará la reflexión del autor sobre el Tiempo, sobre su efecto sobre las personas y los hechos, que creíamos de determinada forma y, por culpa del Tiempo, ahora vemos bajo una perspectiva diferente. Esto le llevará a repasar  y repensar hechos y personas fundamentales de su vida.

La segunda parte podríamos definirla como el "epílogo" de En busca del tiempo perdido. En ella, Proust se entrega a un ejercicio de... ¡metaliteratura! Sí, todo está inventado.
Analiza la relación del Arte en general, y la Literatura en particular, con la vida. Explica la función, según Proust, de la Literatura. Y explica lo que trata de obtener o de representar con su obra. Verdaderamente, se trata de un muy buen colofón a la incesante busca y resulta muy interesante para tratar de comprender el sentido o el objetivo de tan magna obra.

En este último tomo, a diferencia de los anteriores, asistimos a más diálogos entre los personajes.  La prosa es más ágil o, al menos, esa impresión me ha dado. A pesar de esto, el estilo de Proust es el que es. O lo amas o lo detestas. Nada puede cambiarlo y no es necesario añadir más.
Solamente, para cerrar, decir que, aunque esté ligeramente por debajo del nivel de "La prisionera" o "La fugitiva", "El tiempo recobrado" es un muy buen final para "la gran novela sobre la memoria", una verdadera experiencia como lector.

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