Estamos en 1775. Se avecinan problemas en la campiña
francesa. Por lo visto, a los campesinos no les gusta morir de hambre ni pagar
impuestos hasta quedarse sin nada.
Al inicio de la novela, un caballero británico, ataviado
cual hombre de negocios, se adentra en el corazón de París. Se encuentra en una
misión de lo más inquietante, tanto como para hacer llorar a cualquier
empresario. Verás: hace dieciocho años, un médico francés fue encarcelado sin
previo aviso (ni juicio previo). Estuvo encerrado en la peor de las prisiones,
la Bastilla. Después de casi dos décadas, quedó en libertad, de nuevo sin ningún
tipo explicación, y ahora vive en lo de uno de sus antiguos sirvientes, Ernst
Defarge. El señor Lorry (nuestro empresario británico) pretende llevarse al
médico francés de vuelta a Inglaterra, donde podrá vivir en paz con su hija.
El doctor Manette será libre, pero sigue deshecho. Pasa la
mayor parte del tiempo arreglando zapatos y paseando de un lado para otro en su
oscuro cuarto. El doctor, que está tan acostumbrado al reducido espacio de la
prisión que no entiende que ahora puede salir donde quiera, parece condenado a
una vida digna de lástima.
Afortunadamente para él (y pensándolo bien, para el señor
Lorry), tiene la hija más perfecta del mundo. Lucie, la niña a la que se vio
obligado a abandonar hace dieciocho años, es ahora una encantadora, sonriente,
hermosa y perfecta estrella del firmamento. Todo lo que toca parece convertirse
en oro. Vomita si quieres, pero Lucie no dejará de ser perfecta. De hecho,
necesitará hasta la última gota de esa perfección para devolverle la salud a su
padre.
Como era de esperar, logra traer al doctor Manette de vuelta
a la realidad. Lo cierto es que nunca llegamos a dudar de ella. Al cabo de
cinco años (es decir, en 1780, para los que estén contando), el doctor Manette
ya es un hombre nuevo. Vuelve a dedicarse a la medicina, y él y Lucie viven en
una pequeña casa en Soho. No tienen mucho dinero (al doctor Manette le
confiscaron todo el efectivo en Francia), pero Lucie se encarga de aportar
brillo y alegría a sus vidas. En otras palabras, son bastante felices. Por si
eso fuera poco, también adoptan al señor Lorry, que se convierte en una especie
de tío de facto.
Retomando la historia donde la dejamos en 1780, el doctor
Manette y Lucie son llamados a declarar como testigos en un caso de traición.
Por lo visto, un joven llamado Charles Darnay está acusado de proporcionar
información clasificada al gobierno francés. Los juicios ingleses de la época
se asemejan a engañosos trucos de magia (a Dickens le encanta burlarse de los
"honorables" miembros de la corte). Gracias al clemente testimonio de
Lucie y a la rápida actuación de un hombre que tiene un extraño parecido a
Charles Darnay, éste es declarado inocente.
Ya un hombre libre, Charles Darnay se da cuenta de lo
perfecta que es nuestra querida Lucie. Acaba abriendo una tienda en la casa de
los Manette, por lo que va de visita casi todos los días. El doble de Charles,
un hombre de dudosa reputación (aunque, seamos sinceros, muy agradable) llamado
Sydney Carton, también se siente atraído por Lucie. Si Charles es
resplandeciente, bueno y perfecto, Sydney es… todo lo contrario. También le
gusta menospreciarse a sí mismo. De hecho, creemos que le vendría bien uno de
esos tratamientos para levantarte la autoestima en doce pasos.
Sydney ama a Lucie con todo su corazón, pero está convencido
de que no la merece. ¿Y qué se le ocurre? Decirle precisamente por qué ella
nunca podrá llegar a quererlo. ¡Sorpresa!: ella opina lo mismo. Quiere ayudarlo
a ser mejor persona, pero él prefiere regodearse en su desgracia. Después de
todo, regodearse parece divertidísimo, ¿no crees? Hecho un trapo. Así está
Sydney, en pocas palabras.
A Charles, por otra parte, le va un poco mejor. Se casa con
Lucie. El día de su boda, le revela un secreto al doctor Manette: en realidad
es un noble francés, y no cualquier noble, sino el mismísimo marqués de
Evrémonde. Como en las novelas de Dickens todo tiene que estar perfectamente
interrelacionado, no resulta sorprendente que los Evrémonde sean los malvados
hermanos que encerraron al buen Manette. Desde luego que el doctor se lleva un
buen susto al principio, pero con el tiempo se da cuenta de que Charles es
totalmente distinto a su padre y a su tío (los malvados Evrémonde), por lo que
está dispuesto a juzgalo por el hombre que es, y no por la familia que dejó
atrás.
En Inglaterra todo parece marchar sobre ruedas: Charles se
muda con los Manette y gana un salario decente como tutor, y el doctor parece
estar tan feliz como siempre. Pero espérate un momento, ¿no era esta una
historia de dos ciudades? ¿Qué ocurrió con la otra?
Está bien, nos pillaste. Mientras todo va como la seda en
Londres, la situación en París no puede ser peor. Ojalá estuviéramos bromeando.
El pueblo se muere de hambre, los nobles atropellan a los niños con sus
carruajes y todo el mundo parece estar descontento. El nivel de desagrado es
tal, que la gente empieza a unirse como "ciudadanos" de una nueva
república. En este momento, Ernst Defarge y su esposa están en el centro de un
grupo revolucionario. Suponemos que son revolucionarios porque son
extremadamente herméticos. Además, sabemos que se llaman "Jacques"
entre ellos, eso es "Jack" en francés.
En la aldea de los Evrémonde, el marqués fue apuñalado
durante la noche. ¡Ay, no! El gobierno ordena ahorcar al asesino, pero las
tensiones no desaparecen. Finalmente, el administrador de las tierras de los
Evrémonde, desesperado, envía una carta al nuevo marqués: debido al odio que el
pueblo profesaba al antiguo marqués, lo encerraron a él en prisión.
Una serie de casualidades hacen que Charles reciba la carta.
No olvidemos que él es el marqués. Habrá sido despojado de su antiguo título y
de sus tierras, pero no puede evitar sentirse responsable del destino de su
administrador. Sin contar nada de lo ocurrido a su esposa ni a su suegro, se va
para Francia.
Pero desgraciadamente, escoge un mal momento para
vacacionar. Para cuando llega a la costa francesa, los revolucionarios ya
derrocaron al gobierno. El rey está a punto de ser decapitado y la siguiente va
a ser la reina. Las ideas de asesinato y venganza inflaman a la turba. Tan
pronto lo detienen, Charles se da cuenta del grave error que cometió. Cuando
llega a París, lo hace en calidad de prisionero. Conforme a las nuevas leyes,
es condenado a la guillotina.
Por fortuna, el doctor Manette se entera de lo sucedido y,
junto con Lucie, viaja a París de inmediato. Al llegar se da cuenta de que se
convirtió en una especie de celebridad, ya que los que han sido arrestados
injustamente durante el antiguo régimen son ahora reverenciados cuales héroes
de la nueva república. El doctor aparece en el juicio contra Charles y
deslumbra a los jueces cuando suplica por la liberación de su yerno.
Por fin vuelve a reinar la paz. Más bien, la Revolución
francesa sigue azotando Francia, pero los Manette y Charles están fuera de
peligro, o al menos eso parece durante unas horas. Sin embargo, poco después
Charles es arrestado de nuevo. En esta ocasión, los Defarge lo acusan de
pertenecer a la nobleza y ser una vergüenza para el país.
Desesperado, el doctor trata de intervenir, pero el segundo
juicio de Charles no se desarrolla igual que el primero. Ernst Defarge presenta
una carta, escrita por el mismísimo doctor Manette, que condena a Charles a
muerte.
¡Un momento! ¿El doctor Manette? ¡Pero eso es imposible!
Pues no, no lo es. Hace tiempo, el doctor redactó la historia de su
encarcelamiento y guardó los rollos de papel en un muro de la Bastilla. Estos
describen un sórdido relato sobre violaciones y asesinatos, crímenes cometidos
por el padre y el hermano de Charles. Indignados, los ciudadanos
revolucionarios que conforman el jurado concluyen que Charles debe pagar por
los delitos de su padre.
Sin embargo, antes de la ejecución, Sydney Carton llega en
su rescate. Después de unos cuantos truquitos y disfraces, Charles vuelve a ser
un hombre libre. Él y su familia se vuelven para Londres (más o menos) sanos y
salvos. Sydney, por otro lado, no acaba tan bien: se hace pasar por Charles en
prisión y muere en la guillotina.
Una locura, ¿no crees? Pero la novela cree que su sacrificio
es un acto heroico. Y lo cierto es que nosotros pensamos exactamente lo mismo.
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