domingo, 18 de marzo de 2018

Del Mundo de Guermantes al Tiempo recobrado


Marcel Proust: El mundo de Guermantes (En busca del tiempo perdido III)

Si los dos primeros tomos (“Por el camino de Swann” y “A la sombra de las muchachas en flor”) estaban ambientados en la infancia y adolescencia de Proust, en "El mundo de Guermantes" nos encontramos a un Proust ya en su juventud. Pese al paso del tiempo, los temas siguen siendo, básicamente, los mismos: el amor (como idealización de la persona amada y de lo que la rodea), la soledad, el arte, las relaciones sociales y, sobre todo, el tiempo y su influencia en la percepción de las cosas.
Pero el personaje evoluciona y aparecen nuevos temas, como la política, el antisemitismo o la homosexualidad. Prueba de esta evolución del personaje la encontramos ya al comienzo del libro. En él, tras regresar de su retiro con fines medicinales en Balbec, vuelve a disfrutar de la vida en la ciudad. Allí acude al teatro y tiene la oportunidad de ver actuar, de nuevo,  a la Berma, que tanto le había decepcionado (de tanto como había ansiado verla) en su adolescencia, quedando en esta ocasión completamente maravillado.

La verdad es que el comienzo del libro nos trae a Proust en estado puro, con unas detalladísimas y bellísimas descripciones de los palcos y de los ambientes del teatro. En estas páginas nos encontramos con un Proust absolutamente desatado.
Como hemos comentado, el amor vuelve a ser importante (recordemos que se trata de un amor más ideal que carnal). Si en los dos primeros tomos eran Gilberta y Albertina las adolescentes objeto de su amor no correspondido, en este caso es Oriana, duquesa de Guermantes, la mujer objeto de sus intentos de acercamiento. Intentos torpes y tímidos de acercarse a ella y al mundo del que forma parte y que precisarán de la colaboración de su amigo Roberto de Saint-Loup, pariente a su vez de la duquesa. A raíz de las relaciones que Saint-Loup mantiene con Raquel, prostituta de “a 20 francos”, Proust aprovecha para reflexionar sobre el amor, en otra de las partes más interesantes del libro.

Los citados intentos de acercamiento acaban con la entrada de Proust en los círculos aristocráticos, a través de la ya conocida marquesa de Villeparisis. En casa de ésta, asistirá a una reunión con multitud de personajes, entre ellos la duquesa de Guermantes (con la que apenas intercambia unas breves palabras), que entran y salen de la reunión, exponiendo sus puntos de vista sobre las relaciones sociales, el asunto Dreyfus, tan en boga en aquel momento, y la cuestión judía. Pero no os asustéis. No estamos ante un Proust político, ni mucho menos. Él es un mero testigo, sin más. Utiliza el “caso Dreyfus” únicamente para definir a los personajes.
Finaliza esta primera parte del libro con la salida de nuestro protagonista de la reunión y unos extraños comentarios por parte del barón de Charlus acerca de una “misión secreta” para él.

La segunda parte del libro comienza con unas de las más bellas páginas de todo "En busca del tiempor perdido", al menos hasta ahora. Son las que narran la enfermedad, agonía y muerte de la abuela (¡ay, esas freudianas relaciones entre Proust, su madre, su abuela y su sirvienta Francisca!). Sencillamente, son impresionantes.
Y tras un pequeño salto en el tiempo, Proust se reencuentra con una, en esta ocasión, servil Albertina, su amor de Balbec. Ese amor, para él, ha pasado a mejor vida, lo que no es óbice para que, cruelmente, se aproveche de Albertina (porque Proust era muy sensible, pero también un poco "golfo").


August Strindberg

August Strindberg: Solo
Autor profusamente controvertido y excéntrico, Strindberg se nutre de aspectos biográficos y personales que influyen y marcan la temática de su obra. Artista polifacético, también se desenvolvió en el arte de la pintura, al que se dedicaba especialmente durante sus crisis personales y a partir del cuál estableció una amistad con Edvard Munch. Su inestabilidad emocional y las manías persecutorias que padecía, junto con una mentalidad crítica respecto a la sociedad que compartió en su relación epistolar con Nietzsche, se reflejan en su producción artística.
El autor de “Solo” se centra en una buscada huida de la sociedad para recluirse en su propio mundo y convierte esta soledad en el elemento nuclear de su vida.
Parte de una cena que tiene con sus amigos, después de largo tiempo sin verse. Este reencuentro provoca que el autor tome consciencia del paso de los años y de cómo éste afecta a la forma de comportarse de sus amigos; el paso a la madurez, alcanzada cierta edad, convierte a la gente en prudente y modifica la espontaneidad en la exposición de sus opiniones.
Este aspecto, junto con la ausencia de un sitio donde puedan hablar tranquilamente sin temor a ser interrumpidos por sus parejas o alguien ajeno, y la propia decadencia de las conversaciones - pues cada vez se evita más la exposición de los pensamientos íntimos-, causan que nuestro personaje principal decida distanciarse, no únicamente de ellos sino también del resto del mundo, para pasar a vivir de forma aislada sin contacto con nadie más, a excepción de los pequeños encuentros fortuitos inevitables del día a día.
La causa de querer tal aislamiento es doble: por una parte, ha perdido el interés en nadie más que en él mismo y, por otra parte, no quiere estar sometido a la opinión de los demás sobre su persona.
Así, la soledad confiere un espacio al protagonista donde toma consciencia de la importancia de la individualidad, al no tener que estar sometido a opiniones ajenas y tener que mostrarse de una manera distinta a la que le es propia. De igual manera, evita tener que tratar con gente que no le importa y por quién incluso no siente ninguna estima. La soledad se convierte en su particular compañía, y sus pensamientos ocupan su día a día, volviendo al personaje huraño y, hasta cierto punto, paranoico.
De esta manera, recluido el protagonista en su propio hogar, el paisaje ofrecido por las ventanas de su domicilio es utilizado como vehículo de reflexión, sirviendo como canal de observación de aquello que le rodea. Desde su atalaya particular observa el paso del tiempo en sintonía con las estaciones y analiza a partir de ellas los cambios en la vida, contemplando y vislumbrando las variaciones del mundo y su efecto sobre la gente.
De esta manera, sus puntuales salidas son el único contacto con una sociedad que se le antoja lejana, a causa de un absoluto desinterés por ella, pues no hay en él ningún ánimo de establecer amistad con nadie, aunque la soledad de la que disfruta aislado en su domicilio es solo relativa, pues necesita el contacto de otras personas. Así, su conexión con la realidad, más allá de los propios límites que su domicilio confiere, es de tipo unidireccional: sabiéndonse envuelto de otras personas (vecinos, transeúntes, etc.) disfruta de la soledad aunque ésta no es completa; en una dualidad manifiesta, coexiste su deseo de soledad con la necesidad vital de tener la seguridad emocional de no estar completamente aislado.
Esta dualidad se expone en las frecuentes alusiones a los vecinos de escalera y los encuentros con aquellos con los que se cruza en la calle, pues le brindan la posibilidad de mantenerse atado a esa realidad que le sujeta a la cordura y que, en ciertas ocasiones, tiende a peligrar a causa de sus delirios.
August Strindberg: Alegato de un loco
Se trata de un alegato, en propia defensa, de alguien a quién pretenden que sea tomado por loco. Para situarnos ya de entrada, el autor se nos presenta en el prólogo, en medio de una enfermedad que le tiene postrado en la cama, en un momento donde su matrimonio está en horas muy bajas (por decirlo suavemente) y sus sentimientos se mezclan entre el odio y el enamoramiento hacia su mujer. Pero, en las circunstancias en las que se halla, sus pensamientos negativos prevalecen, le dominan, le asaltan, le atacan, pues la vida que ha tenido con su mujer hasta llegar a este punto no ha sido para nada satisfactoria. Y encima le acusa, ¡a él!, de no haberla tratado bien. ¿Cómo osa su mujer, y cómo se atreve su entorno de darle la razón? ¡Si es evidente que él es la víctima, el que lo ha sacrificado todo! O así pretende hacérnoslo creer.
Narrado en primera persona, y de modo autobiográfico, Strindberg escribe un libro en defensa propia o en defensa de su comportamiento, para justificar sus sentimientos y, más que describir su estado actual, nos cuenta cómo ha llegado hasta él. Así, el autor narra, en clave retrospectiva, la vida de una persona atormentada, incapaz de mantener una felicidad de forma sostenida a causa de una relación sentimental que va del deseo al hartazgo, del amor al odio, de los celos a la libertad (y libertinaje, en según qué momentos). El protagonista convierte a la dama soñada en alguien odioso, pues considera que le utiliza para lograr sus fines, que desea de él poco más que su dinero, y los sentimientos hacia ella a lo largo de la novela se mezclan volviéndose incluso contradictorios; amándola cuando está ausente, despreciándola cuando está presente.
Con innegables tintes misóginos, criticando en ocasiones a su mujer afirmando de ella que «montó en cólera, negándose a reconocer ni tan siquiera que existiera una diferencia entre los sexos» o criticando «esa manía que tienen las mujeres de hoy en día de ganarse las habichuelas ellas mismas» o también afirmando que «superior en inteligencia a la mujer, el hombre solo es feliz cuando se une a una mujer que lo iguala», el autor no rehúye la polémica ni reniega de sus ideas. Esta concepción que tiene de la mujer es algo habitual en su obra y puede estar en parte originada por el modelo de relación que tuvieron sus padres, al casarse su padre con su criada, marcando así la infancia del autor en cuanto a identificación de roles.
Asimismo, es importante situar esta novela en su contexto histórico pues a finales del siglo XIX hubo un importante avance en el movimiento feminista, especialmente en el norte de Europa. El autor fue crítico con ese movimiento y no duda en atacarlo, pues cree que la mujer debe estar dispuesta y predispuesta al hombre. Strindberg claramente no encajó bien el movimiento feminista, y su pensamiento misógino es muy evidente en este libro, pues habla de la mujer en términos altamente despectivos y se pronuncia en contra del movimiento, como se puede ver cuando habla de sus consecuencias:
Ideologías aparte, la calidad de la obra es innegable, especialmente en la primera mitad del libro donde se nos presentan los personajes y el triángulo amoroso.
En esta parte, la obra deslumbra, pues se establece una relación a tres bandas entre el amor, el honor y la prudencia, y se atisban trazos de la obra teatral de Strindberg donde uno fácilmente puede vislumbrar escenas propias de las grandes tragedias amorosas con amores prohibidos y declaraciones veladas, con sentimientos a flor de piel que no trascienden por la barrera que el código del honor impone, tozudamente. Esta primera mitad del libro es altamente interesante y perfectamente equilibrada en ritmo, interés y profundidad, pues en ella vemos los sentimientos en su máxima expresión: el deseo, los celos y el escenario mental donde se establecerá la acción.
Lamentablemente, a medida que el libro avanza, la locura del autor (real o no) se va imponiendo en el relato y aumenta su carga de denuncia, de oscuridad, de tristeza, de aborrecimiento, de odio, de visceralidad, de hartazgo, de lamento y de incomprensión. Y en parte el autor contagia al lector de ese tedio, ese hartazgo, esa incomprensión, y en ocasiones la lectura del libro es algo monótona y no apta para ciertas sensibilidades, pues ofende a menudo.


viernes, 16 de marzo de 2018

Tiempos difíciles de Charles Dickens



Tiempos difíciles (1854) es una novela que trata de la condición humana, de la difícil situación de las clases populares durante la primera Industrialización, del egoísmo insolidario de los poderosos, de cómo hay que educar a los jóvenes y de la alegría y generosidad de la gente del circo, entre otros muchos trascendentales asuntos. Todo ello contado con la suprema ironía y el descomunal encanto habituales en el mundo creado por Dickens.
Puede que Tiempos difíciles sea la novela más comprometida de Charles Dickens; describe el entorno fabril y obrero, elementos que el autor inglés utilizó para mostrar sin piedad las desigualdades sociales que provocó la revolución industrial (y que, por desgracia, hoy hace lo mismo el neoliberalismo).
Quizá el rasgo menos interesante del libro sea lo marcado del carácter de sus personajes. Es cierto que Dickens suele construir protagonistas que rozan el arquetipo, pero en esta ocasión esa característica bordea en ocasiones el sentimentalismo más ramplón, al retratar, por ejemplo, a patronos sin escrúpulos o a abnegadas empleadas. La mirada del inglés no es imparcial, desde luego, y es lógico que en una historia tejida con estos mimbres se decante por mostrar cierta piedad hacia los caracteres más desfavorecidos.
Lo que causa admiración en este libro es, por encima de todo, el brutal retrato que hace el maestro inglés de la clase dirigente en un momento de la Historia en el que el poder del dinero se impuso definitivamente al sentido común y del trabajo.
La figura de Josiah Bounderby es una de las creaciones más geniales salidas de la pluma de un autor que ha dejado protagonistas inmortales en la historia de la Literatura. La descripción feroz de los empresarios que durante los albores de la industrialización se enriquecieron con el sudor y la sangre de otros hombres es descarnada y, por desgracia, bastante real. Esos prohombres sin escrúpulos son mostrados sin doblez alguno, con sus rasgos más elementales expuestos a los ojos de unos lectores, los de entonces, que quizá aún confiaban en su probidad.
La desidia y el egoísmo de las clases superiores se muestran con una crudeza sutil, pero inmisericorde. La clase que debería regir los destinos del pueblo y solventar los problemas parece ser, bajo la pluma del autor, una simple caterva de individuos preocupados sólo por su enriquecimiento.
La novela se desarrolla en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX, época de la Segunda Revolución Industrial, donde puede verse reflejado la calidad de vida de los obreros, sus problemas, en contraste con la gran vida que tienen los empresarios.

Alexander Trocchi


Alexander Trocchi nació en Glasgow, en 1925. Falleció en 1984. De orígenes italianos e hijo de un músico, nació en Glasgow en una familia donde la bohemia servía para esconder la miseria. Su juventud escocesa, en los duros años cuarenta y cincuenta del siglo XX, está bien descrita en su novela El joven Adán y en la que se basó el realizador Adam Mackenzie para hacer la película Young Adam (2003).
Después de estudiar literatura en la universidad de Glasgow y tras abandonar mujer y dos hijos se traslada a París donde entra en contacto con los círculos literarios alrededor de la Sorbona, el existencialismo, la política de vanguardia y los opiáceos. 
Funda una de las revistas literarias más importantes de Posguerra, Merlín, en 1952. Consiguió reunir las firmas de autores como Sartre, Pablo Neruda, Samuel Beckett, Henry Miller o Jean Genet.
Trocchi, a mediados de los cincuenta ya cuenta a sus espaldas con varios trabajos publicados. En general su obra rehuye el artificio literario, los lugares comunes y la invención como escapismo. El autor escocés publica incluso novelas pornográficas bajo pseudónimos tan dispares como Frances Lengel o Carmencita de las Lunas. En el 57 saca uno de sus dos títulos más definitorios, Young Adam (El joven Adán), una historia sobre un joven inteligente pero asqueado y rechazado por la sociedad del momento, que seduce a mujeres, eligiendo el margen y el exceso como campo de juego.
A finales de los 50 se traslada a San Francisco, al entorno del City Lights, librería donde se junta con Kerouac, Ginsberg y Corso. Pero sobre todo con Burroughs, debido a la especial relación de ambos escritores con las drogas.
Alexander Trocchi vuela al Lower East Side, en Nueva York, barrio en el que escribe en 1960 su segunda novela imprescindible, El libro de Caín.
Esta etapa es una de las más complicadas y oscuras para Trocchi, que acaba perdiendo el rumbo personal. Su segunda mujer se acaba prostituyendo y él comienza a traficar para mantener su adicción. Es detenido por las autoridades, lo que desencadena una campaña internacional para su liberación, con la Internacional Situacionista haciendo campaña desde Europa y Miller, Mailer y demás norteamericanos pidiendo su liberación.
Las presiones dan sus frutos y le es concedida la libertad condicional. Trocchi, como buen aventurero, emprende la huida a través de la frontera con Canadá con un pasaporte falso. Es acogido por Leonard Cohen. El cantautor, quien guardó siempre un buen recuerdo del escritor prófugo, cuenta que lo primero que hizo Trocchi al llegar a su apartamento fue pedirle un chute de heroína. Abandona América para siempre.
A principios de los sesenta comienza la andadura en Londres. Primero como miembro de la sección inglesa de la I.S. la cual publica su ensayo La insurrección silenciosa de un millón de mentes.
Trocchi edita libros como Escritores en rebeldía en 1963 que recoge textos de escritores como Artaud, Baudelaire, o su camarada Burroughs. Se enemista con la plana mayor de los escritores escoceses por considerarlos unos nacionalistas cortos de miras.
Funda el Proyecto Sigma, básicamente una nueva plataforma para llevar adelante sus ideas revolucionarias expresadas en La insurrección silenciosa. El Proyecto Sigma atrae a gente de diferentes campos y generaciones, desde Picasso hasta Timothy Leary, el psiquiatra del LSD.
En los años 50 dirigió en París una célebre revista internacional, “Merlin” en la que colaboraron desde Samuel Beckett o Henry Miller hasta Pablo Neruda. En esa época Trocchi publicó la antología “Writers in revolt” (Escritores en rebeldía) que ya indicaba su camino.
Amigo de Maurice Girodias, el editor que publicaba en París, en raras ediciones, casi todo lo prohibido – Burroughs, por ejemplo- en esa Olympia Press, Trocchi editó novelas pornográficas, con los pseudónimos de Carmencita de las Lunas o Frances Lengel.
Entró en contacto con Guy Debord, uno de los padres de la “Internacional Situacionista”. Sus postulados: crear un saber sin fronteras y más libre contra la sociedad de consumo y muy cerca de lo que, con los beat, en EEUU, empezaría a ser la contracultura.
Consigue llevar a los Beats a Londres, en un festival literario que reune a siete mil personas. Trocchi intenta crear a través de Sigma una realidad alternativa que desbanque a la realidad oficial, a las formas de comportamiento aceptadas, que haga trizas la conformidad.
Alexander Trocchi (1925-1984) tiene la distinción de ser el miembro de la Internacional Situacionista más inteligente en ser expulsado; Debord no se andaba con tonterías y muchos menos soportaba a los “cretinos místicos” con los que andaba el escocés con apellido italiano: Allen Ginsberg, Colin Wilson, R.D. Laing, Tim Leary conformaban el entorno natural de un escritor más conocido, entonces y ahora, por la droga que consumía (la heroína) que por los libros legados.
En 1962 Trocchi publica “La insurrección invisible de un millón de mentes”, su texto más conocido con distancia, donde promueve la abolición del arte, como toca en una publicación de la IS.
"El libro de Caín" es el diario de Joe Necchi, un drogadicto que, como el mismo Trocchi, ha abandonado Glasgow, su ciudad natal, y luego París, para recalar en Nueva York, donde vive en una barcaza en el río Hudson. El mundo de Joe es el de los marginales, un mundo de dosis furtivas inyectadas en los sórdidos picaderos de Harlem y persecuciones policiales en desiertas estaciones de metro. Pero esta espléndida novela autobiográfica es mucho más que una cruel crónica de la escena de la droga observada desde dentro.
Porque Joe, para quien la heroína es un instrumento libremente elegido, es un personaje camusiano, un merodeador, un extranjero, un Caín que no reconoce más leyes que las que él mismo dicta, aunque le conduzcan a la terrible soledad de la libertad y la rebeldía ejercitadas sin respiro. Cuando esta provocativa y escandalosa obra maestra fue publicada por primera vez en 1960 en los Estados Unidos, Norman Mailer escribió que había en el libro verdad, arte y un valor a toda prueba, y que no le sorprendería que veinte años después aún se hablara de él.
En Gran Bretaña fue prohibido y los ejemplares que había en las librerías confiscados y quemados en un auténtico auto de fe. Hoy, casi cuarenta años después, y sin haber sido nunca olvidado, porque "El libro de Caín" ha circulado siempre secreta, subterráneamente como un libro de culto, vuelve a deslumbrar a las nuevas generaciones, y escritores tan innovadores como Irvine Welsh o Alan Warner reconocen su deuda fundamental con Trocchi.
Trocchi fue un universitario, muy culto, que asumió con algún anticipo la idea –hoy no tan rara- de que el mundo necesita cambios radicales en la manera de vivir y saber. Rebelde asumido, comprendió que hacer cultura, despertar inteligencias, era estar contra el Poder.
Viviendo ya en California, Trocchi se hizo adepto a la heroína sin dejar sus convicciones rebeldes (quizá como una parte menos lúcida de ellas) y a principios de los años 60 publica “La insurrección invisible de un millón de mentes.
Muchos vinculan a Trocchi con Burroughs por un lado y con Debord, por otro. Con todo, para muchos lo mejor del ardiente y a veces desmadejado Trocchi, que sufrió también abundantes problemas familiares cuando regresó a Escocia, está en novelas como “Safo de Lesbos” (1960) o “El Libro de Caín” del mismo año.
La antología plural “La insurrección invisible de un millón de mentes” vale por ese texto fundacional y por otros que, con bastante antelación, tocan problemas posteriores como “El yonqui: ¿amenaza o cabeza de turco?” o “Sigma: un anteproyecto táctico”.
Trocchi falleció en el 84, a causa de su prolongada adicción a la heroína, después de haberse sobrepuesto a la muerte de su mujer y de uno de sus hijos. Hablamos de un hombre que quería cambiar el mundo pero que no estaba ni con la izquierda ni con la derecha de su momento. Aspiraba a la novedad y le sobraban ideas. Pero en 1978 dejó de escribir y esperó el fin, vencido pero no resignado. Igual que Guy Debord (1931-1994) que terminó suicidándose, pese al éxito.

viernes, 2 de marzo de 2018

El arco iris de. D. H. Lawrence



El arco iris (1915) cuenta la historia de una familia a lo largo de tres generaciones, desde la década de 1840 hasta 1905. Del granjero Tom Brangwen y su mujer Lydia Lensky, viuda de un médico polaco, hasta su nieta Ursula, ya una joven con trabajo y estudios, describe el paso de una sociedad rural a una urbana e industrial con una sensibilidad en su día completamente nueva, y aún hoy enormemente original y sorprendente.

 Prohibida en su día por «obscena», la novela encuadra la saga familiar en los esquivos y neblinosos márgenes de la intimidad, en los que el autor se vuelca como ningún otro lo había hecho antes: es en la conciencia de sí mismos, en su aceptación o rechazo de las condiciones de la vida en pareja, y de todo lo que ésta crea y destruye, donde los personajes se definen, huyen o se atrapan, viven y evolucionan.

En este marco D.H. Lawrence pinta las pasiones de sus personajes mientras explora la distintas presiones que someten sus vidas. Su foco se centra principalmente en la batalla individual por crecer, el matrimonio y el cambio de las condiciones sociales, un proceso que será más difícil generación tras generación.

 La joven Ursula Brangwen, cuya historia continuará en Mujeres enamoradas, será finalmente la figura central en la que se reflejarán los esquemas sociales Ingleses y el impacto de la industrialización y urbanización en la psique humana.

 Las acusaciones de “obscenidad” a la novela en su época no deben hacernos esperar, en cualquier caso, nada escandaloso, sino que hay que enmarcarlas precisamente en el devenir de una época caracterizada por su exagerado puritanismo y que en 1915, fecha de escritura de “El arco iris” daba sus últimos coletazos.

 Ni siquiera lo que se nos ofrece aquí ataca a uno de los pilares fundamentales de la sociedad victoriana como sí ocurría con el matrimonio en “El amate de Lady Chatterley”. El gran ingrediente de la obra es, aquí, no el sexo, sino el deseo, la sensualidad.

 Lo que Lawrence propone, en linea con el pensamiento freudiano (en alza en su época) es la idea de que el deseo sexual lo impregna todo y que la vida de cualquier hombre o cualquier mujer, por más que a simple vista parezca encauzada por los límites de la moral, está sacudida a diario por la sexualidad y sus instintos (y sus frustracciones).

 Lo que Lawrence hace en esta obra es cuestionar la posibilidad de ser felices que tienen los personajes en una estructura familiar (y por ende social) que les impide la plena realización de sus deseos más íntimos. Lo que cuestiona, en última instancia, son los mecanismos sociales de la vida en pareja: o dicho de otro modo, como la moral externa determinaba también (y determina) el comportamiento dentro del hogar.

 Son esas cuestiones, la crítica de Lawrence a las fronteras de lo social y su indagación en la intimidad de lo familiar (el descorrer los visillos de los hogares victorianos) lo que sin duda empujó a los censores a prohibir esta novela, y no su carga erótica.

 Estamos pues ante una novela valiente, a la que sólo le falta, la agilidad verbal que sí que está presente una década después en “El amante de Lady Chatterley”, pues “El arco iris” avanza todavía con la pesadez verbal y las largas frases tan características de lo victoriano. En eso, en la modificación del lenguaje, Lawrence fue también un precursor, pero esa habilidad no queda tan patente en esta obra.

 Se publicó en 1915 y en esa época un novelista que se preciara no se inmiscuía en la sexualidad de sus personajes porque no se podía hablar explícitamente de sexo. Pero un escritor como Lawrence necesitaba dar salida a la tormenta de pasiones que enreda a hombres y mujeres, y la simulación o la referencia velada no iban ni con su temperamento ni con su escritura. Y necesitaba explorar sin veladuras los sentimientos, el sexo, el matrimonio, los instintos, la espontaneidad e incluso la religión.

 Para que se hagan una idea, un beso en Conrad, James o Madox Ford era un simple detalle, una delicatessen ofrecida por unos señores de orden; en Lawrence, un beso es un terremoto de 7 puntos en la escala de Richter; conque imaginemos lo que puede ser una escena tórrida en sus manos.

 En El arco iris se pasa del éxtasis al abismo, de la negrura a la luz, del estremecimiento a la desolación en un solo párrafo; y, sin embargo, no puede decirse de Lawrence que sea otra cosa que un hombre resuelto a explorar y exponer lo que de verdad hay en el origen del encuentro y la lucha entre los sexos. Él pone el acento por igual en hombres y mujeres, aunque sus heroínas suelen ser más complejas. Y se expresa con la vehemencia y la fuerza de un joven salvaje. Esto le hace excederse, repetirse, enrollarse, pero al lector de su época le estaba descubriendo un mundo real con la ambición y el descaro de un guardabosque lleno de sensibilidad.