sábado, 7 de abril de 2018

El Signo de los cuatro de Arthur Conan Doyle

Arthur Connan Doyle inspira a los lectores en la resolución de un nuevo caso enfocado en la búsqueda de un tesoro perdido y la historia que viene con éste: el signo de los cuatro. La capacidad de deducción, herramienta principal que usa el detective Sherlock Holmes, quien maneja el caso, la utiliza con bastante astucia y preparación a lo largo de la novela, sorprende muchas veces al doctor Watson, ayudante y amigo de Holmes. Pero no es ésta herramienta la esencia intacta de la investigación, sino el conjunto de elementos que permiten ir descubriendo eslabón por eslabón el resultado de las pistas obtenidas y los sucesos de desenlace.
La investigación inicia una tarde en Baker Street, calle donde se encontraba la casa de Holmes, se presenta un caso que parecía para el detective algo fácil de resolver. La señorita Mary Morstan es quien lo expone, con una incógnita principal: la desaparición de su padre el General Morstan hace aproximadamente diez años. Las pistas que presenta la señorita van desde unas perlas enviadas, una por año, hace seis atrás; un anuncio en el periódico Times dirigido a ella; y finalmente una carta que es enviada a su casa de hospedaje, que anuncia hacerle justicia a ella y la convoca a una reunión acompañada por dos amigos. Es aquí donde entran Holmes y el doctor Watson quienes, sugerido por ella, van juntos al lugar de encuentro.
A la cabeza del caso se encuentra Sherlock Holmes, detective privado por consulta, junto a su fiel acompañante el doctor y escritor Watson. El primero examina datos con calidad de experto y da su opinión de especialista, aplica la ciencia de la deducción en todos sus casos. Su principal objetivo es estimular su mente, hacer trabajar a su cerebro y sacarlo de la cotidianidad; la mayor recompensa para Holmes está en el trabajo mismo. Mientras que el doctor va a servir de guía narrando el desenvolvimiento del caso de manera detallada.
Llegan a una casa al sur de Londres los tres esperados. El amo Thadeous Sholto de apariencia india, los recibe con cortesía y se dispone a hablar con Mary, este le cuenta cómo muere su padre, amigo del padre de Sholto y oficial en el regimiento de la India al igual que Morstan, de un ataque en el corazón tras diferencias al dividir un tesoro que les pertenecía a los dos. El general Sholto muere también años después, pero antes decide contarle el secreto del tesoro a sus hijos gemelos aunque no llega a decir dónde, su otro hijo Bartholomew lo consigue y Thadeous decide, por consejo de su padre, repartir con Mary la otra mitad e ir junto a su hermano.
El autor le permite crear al lector una visualización óptima de las hazañas de Holmes y los crímenes expuestos en la obra por medio de la descripción. El desenlace de la historia inicia con la muerte del hermano de Thadeuos Sholto, Bartholomew, hijos del General Sholto, quien fue el último en poseer el Tesoro; Son Holmes y el doctor Watson quienes lo consiguen “Junto a la mesa, en una silla de madera, se encontraba el dueño de la casa, sentado y encogido, con la cabeza encogida en el hombro izquierdo y la sonrisa espantosa e inescrutable en su cara. Estaba rígido y frio, y era evidente que llevaba cadáver ya varias horas” indica Watson.
El detective posee la capacidad de demostrar que por medio de la deducción, cada pieza inconclusa o que parece no tener sentido lleva a la respuesta de algo mejor. Esta herramienta consiste en descartar primero todas las posibilidades erradas hasta llegar a la que tenga mayor sentido y a su vez tomar en cuenta la intuición y la razón, asegura Holmes. Al analizar la escena del crimen deduce que Bartolomew fue asesinado con un veneno letal y que los dos sospechosos son uno de gran altura y con una pata de palo llamado Jonathan Small y el otro un hombrecillo de pies pequeños y raza extraña.
El misterio del tesoro de Agra no viene sólo con joyas preciosas, sino con un secreto que revela quiénes son los verdaderos ladrones del mismo. Fue en la sublevación de la India alrededor de 1890 el ambiente propicio para la unión de cuatro hombres que actuaron en interés de todos al robarse un pesado cofre: Jonathan Small, Abdullah Khan, Akbar Dost y Mohamet Singh; El Signo de los cuatro. Pero fueron sometidos a cadena perpetua tras matar al hombre que custodiaba el tesoro. Small, en la cárcel, habla con el general encargado, Sholto, y consigue un pacto para sacar el tesoro y a la vez conseguir su libertad, el general Morstan también se involucra; pero Sholto no cumple su promesa y se roba el tesoro gracias a los planos que le dio Small.
Venganza, es lo que induce a Jonathan Small a seguir tras el tesoro durante los próximos diez años. Huye de la cárcel con ayuda de un hombrecillo que conoce ahí, el que realmente mata a Bartholomew, y planea encontrar a Sholto y así recuperar su tesoro. Al encontrarlo, deja la huella del signo de los cuatro escrito en un papel en el cuerpo fallecido de los Sholto; causa de su objetivo.
Fue la exitosa persecución comandada por Holmes, Watson y la policía, que acabó con Small y el Gran Tesoro de Agra, cuando el hombre de pata de palo lanza al mar todo lo que éste contenía, despojando así a cualquiera de su posesión.
Enmary Margaret
Fuente: elrincondelcrimen.blogspot

domingo, 18 de marzo de 2018

Del Mundo de Guermantes al Tiempo recobrado


Marcel Proust: El mundo de Guermantes (En busca del tiempo perdido III)

Si los dos primeros tomos (“Por el camino de Swann” y “A la sombra de las muchachas en flor”) estaban ambientados en la infancia y adolescencia de Proust, en "El mundo de Guermantes" nos encontramos a un Proust ya en su juventud. Pese al paso del tiempo, los temas siguen siendo, básicamente, los mismos: el amor (como idealización de la persona amada y de lo que la rodea), la soledad, el arte, las relaciones sociales y, sobre todo, el tiempo y su influencia en la percepción de las cosas.
Pero el personaje evoluciona y aparecen nuevos temas, como la política, el antisemitismo o la homosexualidad. Prueba de esta evolución del personaje la encontramos ya al comienzo del libro. En él, tras regresar de su retiro con fines medicinales en Balbec, vuelve a disfrutar de la vida en la ciudad. Allí acude al teatro y tiene la oportunidad de ver actuar, de nuevo,  a la Berma, que tanto le había decepcionado (de tanto como había ansiado verla) en su adolescencia, quedando en esta ocasión completamente maravillado.

La verdad es que el comienzo del libro nos trae a Proust en estado puro, con unas detalladísimas y bellísimas descripciones de los palcos y de los ambientes del teatro. En estas páginas nos encontramos con un Proust absolutamente desatado.
Como hemos comentado, el amor vuelve a ser importante (recordemos que se trata de un amor más ideal que carnal). Si en los dos primeros tomos eran Gilberta y Albertina las adolescentes objeto de su amor no correspondido, en este caso es Oriana, duquesa de Guermantes, la mujer objeto de sus intentos de acercamiento. Intentos torpes y tímidos de acercarse a ella y al mundo del que forma parte y que precisarán de la colaboración de su amigo Roberto de Saint-Loup, pariente a su vez de la duquesa. A raíz de las relaciones que Saint-Loup mantiene con Raquel, prostituta de “a 20 francos”, Proust aprovecha para reflexionar sobre el amor, en otra de las partes más interesantes del libro.

Los citados intentos de acercamiento acaban con la entrada de Proust en los círculos aristocráticos, a través de la ya conocida marquesa de Villeparisis. En casa de ésta, asistirá a una reunión con multitud de personajes, entre ellos la duquesa de Guermantes (con la que apenas intercambia unas breves palabras), que entran y salen de la reunión, exponiendo sus puntos de vista sobre las relaciones sociales, el asunto Dreyfus, tan en boga en aquel momento, y la cuestión judía. Pero no os asustéis. No estamos ante un Proust político, ni mucho menos. Él es un mero testigo, sin más. Utiliza el “caso Dreyfus” únicamente para definir a los personajes.
Finaliza esta primera parte del libro con la salida de nuestro protagonista de la reunión y unos extraños comentarios por parte del barón de Charlus acerca de una “misión secreta” para él.

La segunda parte del libro comienza con unas de las más bellas páginas de todo "En busca del tiempor perdido", al menos hasta ahora. Son las que narran la enfermedad, agonía y muerte de la abuela (¡ay, esas freudianas relaciones entre Proust, su madre, su abuela y su sirvienta Francisca!). Sencillamente, son impresionantes.
Y tras un pequeño salto en el tiempo, Proust se reencuentra con una, en esta ocasión, servil Albertina, su amor de Balbec. Ese amor, para él, ha pasado a mejor vida, lo que no es óbice para que, cruelmente, se aproveche de Albertina (porque Proust era muy sensible, pero también un poco "golfo").


August Strindberg

August Strindberg: Solo
Autor profusamente controvertido y excéntrico, Strindberg se nutre de aspectos biográficos y personales que influyen y marcan la temática de su obra. Artista polifacético, también se desenvolvió en el arte de la pintura, al que se dedicaba especialmente durante sus crisis personales y a partir del cuál estableció una amistad con Edvard Munch. Su inestabilidad emocional y las manías persecutorias que padecía, junto con una mentalidad crítica respecto a la sociedad que compartió en su relación epistolar con Nietzsche, se reflejan en su producción artística.
El autor de “Solo” se centra en una buscada huida de la sociedad para recluirse en su propio mundo y convierte esta soledad en el elemento nuclear de su vida.
Parte de una cena que tiene con sus amigos, después de largo tiempo sin verse. Este reencuentro provoca que el autor tome consciencia del paso de los años y de cómo éste afecta a la forma de comportarse de sus amigos; el paso a la madurez, alcanzada cierta edad, convierte a la gente en prudente y modifica la espontaneidad en la exposición de sus opiniones.
Este aspecto, junto con la ausencia de un sitio donde puedan hablar tranquilamente sin temor a ser interrumpidos por sus parejas o alguien ajeno, y la propia decadencia de las conversaciones - pues cada vez se evita más la exposición de los pensamientos íntimos-, causan que nuestro personaje principal decida distanciarse, no únicamente de ellos sino también del resto del mundo, para pasar a vivir de forma aislada sin contacto con nadie más, a excepción de los pequeños encuentros fortuitos inevitables del día a día.
La causa de querer tal aislamiento es doble: por una parte, ha perdido el interés en nadie más que en él mismo y, por otra parte, no quiere estar sometido a la opinión de los demás sobre su persona.
Así, la soledad confiere un espacio al protagonista donde toma consciencia de la importancia de la individualidad, al no tener que estar sometido a opiniones ajenas y tener que mostrarse de una manera distinta a la que le es propia. De igual manera, evita tener que tratar con gente que no le importa y por quién incluso no siente ninguna estima. La soledad se convierte en su particular compañía, y sus pensamientos ocupan su día a día, volviendo al personaje huraño y, hasta cierto punto, paranoico.
De esta manera, recluido el protagonista en su propio hogar, el paisaje ofrecido por las ventanas de su domicilio es utilizado como vehículo de reflexión, sirviendo como canal de observación de aquello que le rodea. Desde su atalaya particular observa el paso del tiempo en sintonía con las estaciones y analiza a partir de ellas los cambios en la vida, contemplando y vislumbrando las variaciones del mundo y su efecto sobre la gente.
De esta manera, sus puntuales salidas son el único contacto con una sociedad que se le antoja lejana, a causa de un absoluto desinterés por ella, pues no hay en él ningún ánimo de establecer amistad con nadie, aunque la soledad de la que disfruta aislado en su domicilio es solo relativa, pues necesita el contacto de otras personas. Así, su conexión con la realidad, más allá de los propios límites que su domicilio confiere, es de tipo unidireccional: sabiéndonse envuelto de otras personas (vecinos, transeúntes, etc.) disfruta de la soledad aunque ésta no es completa; en una dualidad manifiesta, coexiste su deseo de soledad con la necesidad vital de tener la seguridad emocional de no estar completamente aislado.
Esta dualidad se expone en las frecuentes alusiones a los vecinos de escalera y los encuentros con aquellos con los que se cruza en la calle, pues le brindan la posibilidad de mantenerse atado a esa realidad que le sujeta a la cordura y que, en ciertas ocasiones, tiende a peligrar a causa de sus delirios.
August Strindberg: Alegato de un loco
Se trata de un alegato, en propia defensa, de alguien a quién pretenden que sea tomado por loco. Para situarnos ya de entrada, el autor se nos presenta en el prólogo, en medio de una enfermedad que le tiene postrado en la cama, en un momento donde su matrimonio está en horas muy bajas (por decirlo suavemente) y sus sentimientos se mezclan entre el odio y el enamoramiento hacia su mujer. Pero, en las circunstancias en las que se halla, sus pensamientos negativos prevalecen, le dominan, le asaltan, le atacan, pues la vida que ha tenido con su mujer hasta llegar a este punto no ha sido para nada satisfactoria. Y encima le acusa, ¡a él!, de no haberla tratado bien. ¿Cómo osa su mujer, y cómo se atreve su entorno de darle la razón? ¡Si es evidente que él es la víctima, el que lo ha sacrificado todo! O así pretende hacérnoslo creer.
Narrado en primera persona, y de modo autobiográfico, Strindberg escribe un libro en defensa propia o en defensa de su comportamiento, para justificar sus sentimientos y, más que describir su estado actual, nos cuenta cómo ha llegado hasta él. Así, el autor narra, en clave retrospectiva, la vida de una persona atormentada, incapaz de mantener una felicidad de forma sostenida a causa de una relación sentimental que va del deseo al hartazgo, del amor al odio, de los celos a la libertad (y libertinaje, en según qué momentos). El protagonista convierte a la dama soñada en alguien odioso, pues considera que le utiliza para lograr sus fines, que desea de él poco más que su dinero, y los sentimientos hacia ella a lo largo de la novela se mezclan volviéndose incluso contradictorios; amándola cuando está ausente, despreciándola cuando está presente.
Con innegables tintes misóginos, criticando en ocasiones a su mujer afirmando de ella que «montó en cólera, negándose a reconocer ni tan siquiera que existiera una diferencia entre los sexos» o criticando «esa manía que tienen las mujeres de hoy en día de ganarse las habichuelas ellas mismas» o también afirmando que «superior en inteligencia a la mujer, el hombre solo es feliz cuando se une a una mujer que lo iguala», el autor no rehúye la polémica ni reniega de sus ideas. Esta concepción que tiene de la mujer es algo habitual en su obra y puede estar en parte originada por el modelo de relación que tuvieron sus padres, al casarse su padre con su criada, marcando así la infancia del autor en cuanto a identificación de roles.
Asimismo, es importante situar esta novela en su contexto histórico pues a finales del siglo XIX hubo un importante avance en el movimiento feminista, especialmente en el norte de Europa. El autor fue crítico con ese movimiento y no duda en atacarlo, pues cree que la mujer debe estar dispuesta y predispuesta al hombre. Strindberg claramente no encajó bien el movimiento feminista, y su pensamiento misógino es muy evidente en este libro, pues habla de la mujer en términos altamente despectivos y se pronuncia en contra del movimiento, como se puede ver cuando habla de sus consecuencias:
Ideologías aparte, la calidad de la obra es innegable, especialmente en la primera mitad del libro donde se nos presentan los personajes y el triángulo amoroso.
En esta parte, la obra deslumbra, pues se establece una relación a tres bandas entre el amor, el honor y la prudencia, y se atisban trazos de la obra teatral de Strindberg donde uno fácilmente puede vislumbrar escenas propias de las grandes tragedias amorosas con amores prohibidos y declaraciones veladas, con sentimientos a flor de piel que no trascienden por la barrera que el código del honor impone, tozudamente. Esta primera mitad del libro es altamente interesante y perfectamente equilibrada en ritmo, interés y profundidad, pues en ella vemos los sentimientos en su máxima expresión: el deseo, los celos y el escenario mental donde se establecerá la acción.
Lamentablemente, a medida que el libro avanza, la locura del autor (real o no) se va imponiendo en el relato y aumenta su carga de denuncia, de oscuridad, de tristeza, de aborrecimiento, de odio, de visceralidad, de hartazgo, de lamento y de incomprensión. Y en parte el autor contagia al lector de ese tedio, ese hartazgo, esa incomprensión, y en ocasiones la lectura del libro es algo monótona y no apta para ciertas sensibilidades, pues ofende a menudo.


viernes, 16 de marzo de 2018

Tiempos difíciles de Charles Dickens



Tiempos difíciles (1854) es una novela que trata de la condición humana, de la difícil situación de las clases populares durante la primera Industrialización, del egoísmo insolidario de los poderosos, de cómo hay que educar a los jóvenes y de la alegría y generosidad de la gente del circo, entre otros muchos trascendentales asuntos. Todo ello contado con la suprema ironía y el descomunal encanto habituales en el mundo creado por Dickens.
Puede que Tiempos difíciles sea la novela más comprometida de Charles Dickens; describe el entorno fabril y obrero, elementos que el autor inglés utilizó para mostrar sin piedad las desigualdades sociales que provocó la revolución industrial (y que, por desgracia, hoy hace lo mismo el neoliberalismo).
Quizá el rasgo menos interesante del libro sea lo marcado del carácter de sus personajes. Es cierto que Dickens suele construir protagonistas que rozan el arquetipo, pero en esta ocasión esa característica bordea en ocasiones el sentimentalismo más ramplón, al retratar, por ejemplo, a patronos sin escrúpulos o a abnegadas empleadas. La mirada del inglés no es imparcial, desde luego, y es lógico que en una historia tejida con estos mimbres se decante por mostrar cierta piedad hacia los caracteres más desfavorecidos.
Lo que causa admiración en este libro es, por encima de todo, el brutal retrato que hace el maestro inglés de la clase dirigente en un momento de la Historia en el que el poder del dinero se impuso definitivamente al sentido común y del trabajo.
La figura de Josiah Bounderby es una de las creaciones más geniales salidas de la pluma de un autor que ha dejado protagonistas inmortales en la historia de la Literatura. La descripción feroz de los empresarios que durante los albores de la industrialización se enriquecieron con el sudor y la sangre de otros hombres es descarnada y, por desgracia, bastante real. Esos prohombres sin escrúpulos son mostrados sin doblez alguno, con sus rasgos más elementales expuestos a los ojos de unos lectores, los de entonces, que quizá aún confiaban en su probidad.
La desidia y el egoísmo de las clases superiores se muestran con una crudeza sutil, pero inmisericorde. La clase que debería regir los destinos del pueblo y solventar los problemas parece ser, bajo la pluma del autor, una simple caterva de individuos preocupados sólo por su enriquecimiento.
La novela se desarrolla en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX, época de la Segunda Revolución Industrial, donde puede verse reflejado la calidad de vida de los obreros, sus problemas, en contraste con la gran vida que tienen los empresarios.

Alexander Trocchi


Alexander Trocchi nació en Glasgow, en 1925. Falleció en 1984. De orígenes italianos e hijo de un músico, nació en Glasgow en una familia donde la bohemia servía para esconder la miseria. Su juventud escocesa, en los duros años cuarenta y cincuenta del siglo XX, está bien descrita en su novela El joven Adán y en la que se basó el realizador Adam Mackenzie para hacer la película Young Adam (2003).
Después de estudiar literatura en la universidad de Glasgow y tras abandonar mujer y dos hijos se traslada a París donde entra en contacto con los círculos literarios alrededor de la Sorbona, el existencialismo, la política de vanguardia y los opiáceos. 
Funda una de las revistas literarias más importantes de Posguerra, Merlín, en 1952. Consiguió reunir las firmas de autores como Sartre, Pablo Neruda, Samuel Beckett, Henry Miller o Jean Genet.
Trocchi, a mediados de los cincuenta ya cuenta a sus espaldas con varios trabajos publicados. En general su obra rehuye el artificio literario, los lugares comunes y la invención como escapismo. El autor escocés publica incluso novelas pornográficas bajo pseudónimos tan dispares como Frances Lengel o Carmencita de las Lunas. En el 57 saca uno de sus dos títulos más definitorios, Young Adam (El joven Adán), una historia sobre un joven inteligente pero asqueado y rechazado por la sociedad del momento, que seduce a mujeres, eligiendo el margen y el exceso como campo de juego.
A finales de los 50 se traslada a San Francisco, al entorno del City Lights, librería donde se junta con Kerouac, Ginsberg y Corso. Pero sobre todo con Burroughs, debido a la especial relación de ambos escritores con las drogas.
Alexander Trocchi vuela al Lower East Side, en Nueva York, barrio en el que escribe en 1960 su segunda novela imprescindible, El libro de Caín.
Esta etapa es una de las más complicadas y oscuras para Trocchi, que acaba perdiendo el rumbo personal. Su segunda mujer se acaba prostituyendo y él comienza a traficar para mantener su adicción. Es detenido por las autoridades, lo que desencadena una campaña internacional para su liberación, con la Internacional Situacionista haciendo campaña desde Europa y Miller, Mailer y demás norteamericanos pidiendo su liberación.
Las presiones dan sus frutos y le es concedida la libertad condicional. Trocchi, como buen aventurero, emprende la huida a través de la frontera con Canadá con un pasaporte falso. Es acogido por Leonard Cohen. El cantautor, quien guardó siempre un buen recuerdo del escritor prófugo, cuenta que lo primero que hizo Trocchi al llegar a su apartamento fue pedirle un chute de heroína. Abandona América para siempre.
A principios de los sesenta comienza la andadura en Londres. Primero como miembro de la sección inglesa de la I.S. la cual publica su ensayo La insurrección silenciosa de un millón de mentes.
Trocchi edita libros como Escritores en rebeldía en 1963 que recoge textos de escritores como Artaud, Baudelaire, o su camarada Burroughs. Se enemista con la plana mayor de los escritores escoceses por considerarlos unos nacionalistas cortos de miras.
Funda el Proyecto Sigma, básicamente una nueva plataforma para llevar adelante sus ideas revolucionarias expresadas en La insurrección silenciosa. El Proyecto Sigma atrae a gente de diferentes campos y generaciones, desde Picasso hasta Timothy Leary, el psiquiatra del LSD.
En los años 50 dirigió en París una célebre revista internacional, “Merlin” en la que colaboraron desde Samuel Beckett o Henry Miller hasta Pablo Neruda. En esa época Trocchi publicó la antología “Writers in revolt” (Escritores en rebeldía) que ya indicaba su camino.
Amigo de Maurice Girodias, el editor que publicaba en París, en raras ediciones, casi todo lo prohibido – Burroughs, por ejemplo- en esa Olympia Press, Trocchi editó novelas pornográficas, con los pseudónimos de Carmencita de las Lunas o Frances Lengel.
Entró en contacto con Guy Debord, uno de los padres de la “Internacional Situacionista”. Sus postulados: crear un saber sin fronteras y más libre contra la sociedad de consumo y muy cerca de lo que, con los beat, en EEUU, empezaría a ser la contracultura.
Consigue llevar a los Beats a Londres, en un festival literario que reune a siete mil personas. Trocchi intenta crear a través de Sigma una realidad alternativa que desbanque a la realidad oficial, a las formas de comportamiento aceptadas, que haga trizas la conformidad.
Alexander Trocchi (1925-1984) tiene la distinción de ser el miembro de la Internacional Situacionista más inteligente en ser expulsado; Debord no se andaba con tonterías y muchos menos soportaba a los “cretinos místicos” con los que andaba el escocés con apellido italiano: Allen Ginsberg, Colin Wilson, R.D. Laing, Tim Leary conformaban el entorno natural de un escritor más conocido, entonces y ahora, por la droga que consumía (la heroína) que por los libros legados.
En 1962 Trocchi publica “La insurrección invisible de un millón de mentes”, su texto más conocido con distancia, donde promueve la abolición del arte, como toca en una publicación de la IS.
"El libro de Caín" es el diario de Joe Necchi, un drogadicto que, como el mismo Trocchi, ha abandonado Glasgow, su ciudad natal, y luego París, para recalar en Nueva York, donde vive en una barcaza en el río Hudson. El mundo de Joe es el de los marginales, un mundo de dosis furtivas inyectadas en los sórdidos picaderos de Harlem y persecuciones policiales en desiertas estaciones de metro. Pero esta espléndida novela autobiográfica es mucho más que una cruel crónica de la escena de la droga observada desde dentro.
Porque Joe, para quien la heroína es un instrumento libremente elegido, es un personaje camusiano, un merodeador, un extranjero, un Caín que no reconoce más leyes que las que él mismo dicta, aunque le conduzcan a la terrible soledad de la libertad y la rebeldía ejercitadas sin respiro. Cuando esta provocativa y escandalosa obra maestra fue publicada por primera vez en 1960 en los Estados Unidos, Norman Mailer escribió que había en el libro verdad, arte y un valor a toda prueba, y que no le sorprendería que veinte años después aún se hablara de él.
En Gran Bretaña fue prohibido y los ejemplares que había en las librerías confiscados y quemados en un auténtico auto de fe. Hoy, casi cuarenta años después, y sin haber sido nunca olvidado, porque "El libro de Caín" ha circulado siempre secreta, subterráneamente como un libro de culto, vuelve a deslumbrar a las nuevas generaciones, y escritores tan innovadores como Irvine Welsh o Alan Warner reconocen su deuda fundamental con Trocchi.
Trocchi fue un universitario, muy culto, que asumió con algún anticipo la idea –hoy no tan rara- de que el mundo necesita cambios radicales en la manera de vivir y saber. Rebelde asumido, comprendió que hacer cultura, despertar inteligencias, era estar contra el Poder.
Viviendo ya en California, Trocchi se hizo adepto a la heroína sin dejar sus convicciones rebeldes (quizá como una parte menos lúcida de ellas) y a principios de los años 60 publica “La insurrección invisible de un millón de mentes.
Muchos vinculan a Trocchi con Burroughs por un lado y con Debord, por otro. Con todo, para muchos lo mejor del ardiente y a veces desmadejado Trocchi, que sufrió también abundantes problemas familiares cuando regresó a Escocia, está en novelas como “Safo de Lesbos” (1960) o “El Libro de Caín” del mismo año.
La antología plural “La insurrección invisible de un millón de mentes” vale por ese texto fundacional y por otros que, con bastante antelación, tocan problemas posteriores como “El yonqui: ¿amenaza o cabeza de turco?” o “Sigma: un anteproyecto táctico”.
Trocchi falleció en el 84, a causa de su prolongada adicción a la heroína, después de haberse sobrepuesto a la muerte de su mujer y de uno de sus hijos. Hablamos de un hombre que quería cambiar el mundo pero que no estaba ni con la izquierda ni con la derecha de su momento. Aspiraba a la novedad y le sobraban ideas. Pero en 1978 dejó de escribir y esperó el fin, vencido pero no resignado. Igual que Guy Debord (1931-1994) que terminó suicidándose, pese al éxito.

viernes, 2 de marzo de 2018

El arco iris de. D. H. Lawrence



El arco iris (1915) cuenta la historia de una familia a lo largo de tres generaciones, desde la década de 1840 hasta 1905. Del granjero Tom Brangwen y su mujer Lydia Lensky, viuda de un médico polaco, hasta su nieta Ursula, ya una joven con trabajo y estudios, describe el paso de una sociedad rural a una urbana e industrial con una sensibilidad en su día completamente nueva, y aún hoy enormemente original y sorprendente.

 Prohibida en su día por «obscena», la novela encuadra la saga familiar en los esquivos y neblinosos márgenes de la intimidad, en los que el autor se vuelca como ningún otro lo había hecho antes: es en la conciencia de sí mismos, en su aceptación o rechazo de las condiciones de la vida en pareja, y de todo lo que ésta crea y destruye, donde los personajes se definen, huyen o se atrapan, viven y evolucionan.

En este marco D.H. Lawrence pinta las pasiones de sus personajes mientras explora la distintas presiones que someten sus vidas. Su foco se centra principalmente en la batalla individual por crecer, el matrimonio y el cambio de las condiciones sociales, un proceso que será más difícil generación tras generación.

 La joven Ursula Brangwen, cuya historia continuará en Mujeres enamoradas, será finalmente la figura central en la que se reflejarán los esquemas sociales Ingleses y el impacto de la industrialización y urbanización en la psique humana.

 Las acusaciones de “obscenidad” a la novela en su época no deben hacernos esperar, en cualquier caso, nada escandaloso, sino que hay que enmarcarlas precisamente en el devenir de una época caracterizada por su exagerado puritanismo y que en 1915, fecha de escritura de “El arco iris” daba sus últimos coletazos.

 Ni siquiera lo que se nos ofrece aquí ataca a uno de los pilares fundamentales de la sociedad victoriana como sí ocurría con el matrimonio en “El amate de Lady Chatterley”. El gran ingrediente de la obra es, aquí, no el sexo, sino el deseo, la sensualidad.

 Lo que Lawrence propone, en linea con el pensamiento freudiano (en alza en su época) es la idea de que el deseo sexual lo impregna todo y que la vida de cualquier hombre o cualquier mujer, por más que a simple vista parezca encauzada por los límites de la moral, está sacudida a diario por la sexualidad y sus instintos (y sus frustracciones).

 Lo que Lawrence hace en esta obra es cuestionar la posibilidad de ser felices que tienen los personajes en una estructura familiar (y por ende social) que les impide la plena realización de sus deseos más íntimos. Lo que cuestiona, en última instancia, son los mecanismos sociales de la vida en pareja: o dicho de otro modo, como la moral externa determinaba también (y determina) el comportamiento dentro del hogar.

 Son esas cuestiones, la crítica de Lawrence a las fronteras de lo social y su indagación en la intimidad de lo familiar (el descorrer los visillos de los hogares victorianos) lo que sin duda empujó a los censores a prohibir esta novela, y no su carga erótica.

 Estamos pues ante una novela valiente, a la que sólo le falta, la agilidad verbal que sí que está presente una década después en “El amante de Lady Chatterley”, pues “El arco iris” avanza todavía con la pesadez verbal y las largas frases tan características de lo victoriano. En eso, en la modificación del lenguaje, Lawrence fue también un precursor, pero esa habilidad no queda tan patente en esta obra.

 Se publicó en 1915 y en esa época un novelista que se preciara no se inmiscuía en la sexualidad de sus personajes porque no se podía hablar explícitamente de sexo. Pero un escritor como Lawrence necesitaba dar salida a la tormenta de pasiones que enreda a hombres y mujeres, y la simulación o la referencia velada no iban ni con su temperamento ni con su escritura. Y necesitaba explorar sin veladuras los sentimientos, el sexo, el matrimonio, los instintos, la espontaneidad e incluso la religión.

 Para que se hagan una idea, un beso en Conrad, James o Madox Ford era un simple detalle, una delicatessen ofrecida por unos señores de orden; en Lawrence, un beso es un terremoto de 7 puntos en la escala de Richter; conque imaginemos lo que puede ser una escena tórrida en sus manos.

 En El arco iris se pasa del éxtasis al abismo, de la negrura a la luz, del estremecimiento a la desolación en un solo párrafo; y, sin embargo, no puede decirse de Lawrence que sea otra cosa que un hombre resuelto a explorar y exponer lo que de verdad hay en el origen del encuentro y la lucha entre los sexos. Él pone el acento por igual en hombres y mujeres, aunque sus heroínas suelen ser más complejas. Y se expresa con la vehemencia y la fuerza de un joven salvaje. Esto le hace excederse, repetirse, enrollarse, pero al lector de su época le estaba descubriendo un mundo real con la ambición y el descaro de un guardabosque lleno de sensibilidad.

miércoles, 28 de febrero de 2018

Hijos y amantes de D. H. Lawrence



Amar a una persona significa renunciar a otras que podrían haber sido parte de nuestra vida, pero que deben quedar fuera porque en todo amor hay una cierta exigencia de exclusividad. David Herbert Lawrence (1885-1930) imaginó a un joven, Paul Morel, que debe renunciar a las mujeres de las que se va enamorando ya que por encima de todas las cosas ama a una mujer casada, con la que ni siquiera puede casarse, porque es su propia madre. Hijos y amantes (1913) es la historia de una pasión, una pasión enfermiza: la que según sus biógrafos, padeció el propio Lawrence, como tantos otros hombres que posiblemente conozcamos, que viven sumidos en la paradoja de no poder elegir un amor por amor.

 Hijos y amantes retrata la historia de una familia en la cuenca minera de Nottingham, y en especial de una mujer, Gertrude Morel, esposa abnegada e inteligente, enérgica y vital. Casada con un hombre al que desprecia, simple y trabajador, que en muchas ocasiones la maltrata, Gertrude concibe cuatro hijos sobre los que vuelca todo su amor, en un ambiente de permanente lucha con la pobreza, la fealdad y la mezquindad. Paul, el tercero de sus hijos, nacerá en el peor momento en la relación del matrimonio: será el hijo no deseado, el fruto de la resignación, el ser inocente que habrá que proteger con el manto del cariño más profundo.

 Gertrude puede concebirse como una gran heroína de novela: pese a las adversas circunstancias, se va sobreponiendo a la vida sacando adelante a sus hijos, minando a conciencia la autoridad de su marido, imponiendo su justo criterio en cada decisión familiar. La vida de la familia parece recluirse, se encoge y enmudece en cuanto aparece el padre. Ninguno de los hijos lo quiere. La autoridad de la madre en el seno familiar es incontestable.

 Pero los hijos crecen. Paul conseguirá pronto un trabajo en una fábrica de aparatos ortopédicos. Es un chico alegre y espabilado, con dotes artísticas para la pintura, con la que algún día piensa triunfar. Una noche, Paul llegará un poco más tarde a cenar y él, inocentemente, le contará que estuvo con una amiga. Con el tiempo, conocerá a Miriam, una chica de temperamento romántico, y entre ellos se establecerá pronto una relación muy estrecha, casi espiritual. Entonces la madre notará que se le encoge el corazón. ¿Se truncará la carrera de su hijo? Un punto de angustia se instala en su interior: sólo espera que se desarrolle y coseche el fruto de todo lo que ella ha puesto en él.

 A partir de ese momento, la novela dará un giro dramático. Alejado de todo convencionalismo, D. H. Lawrence no nos mostrará a una madre posesiva ni a un hijo pelele, sino una lucha dolorosa entre instinto y razón, contada con una sensibilidad admirable. Sólo en pequeños gestos, en palabras escasas y justas, veremos la sabia destreza de Gertrude por acaparar el amor de su hijo. Por su parte, Paul, irá descubriendo poco a poco sus insospechadas limitaciones con las mujeres: en los brazos de Miriam siente una intimidad turbada que no le satisface porque, en el fondo, siente miedo de ella. ¿Por qué se siente tan desgarrado, tan aturdido, incapaz de tomar una decisión sobre su amor por Miriam? ¿Por qué sufre su madre en casa? ¿Y por qué siente la necesidad de odiar a Miriam y le dan tantas ganas de mostrarse cruel con ella cuando se acuerda de su madre? Si Miriam es la causa del sufrimiento de su madre, tiene que aborrecerla. Sólo acierta a saber que ama a Miriam, y sin embargo, no puede estar con ella. La impotencia frente al deseo, frente a una poderosa exigencia de algo desconocido que habita en Paul, será precisamente el límite que ninguna mujer alcanzará a traspasar en él.

 En Hijos y amantes, la pasión será la gran protagonista, una fuerza incomprensible que arrastra a Paul a un sacrificio inútil. Lo extraordinario de esta novela es el perfecto estudio psicológico de los personajes, con sus anhelos y sus contradicciones extremadamente definidos. Estamos sin duda ante uno de los mejores análisis del complejo de Edipo que nos ha deparado la literatura, pero ni siquiera en ese aspecto cae en ningún momento en el tópico. El hijo se empleará a fondo en combatir a su madre, casi tanto como se emplea en combatir a su novia. La madre deseará fervientemente que Paul se enamore de una muchacha digna de ser su compañera. Y sin embargo, un oscuro sentimiento impedirá romper el fuerte y obsesivo lazo entre madre e hijo.

lunes, 26 de febrero de 2018

David Herbert Lawrence



Nació en Eastwood el 11 de septiembre de 1885. Cuarto hijo de Arthur John Lawrence, un minero, y Lydia Beardsall, una maestra. David Herbert asistió a la escuela primaria en Eastwood y completó la escuela secundaria en Nottingham. Arthur John Lawrence fue un minero que casi no sabía leer. A los dieciséis años, el futuro escritor comenzó a trabajar en Nottingham.

 Dejó los estudios en 1901 y consiguió un empleo de tres meses como dependiente en una fábrica de aparatos quirúrgicos en Haywood, antes de que un brote de neumonía pusiera fin a este trabajo. Mientras permanecía convaleciente, solía desplazarse a la granja Haggs, el hogar de la familia Chambers, donde entabló amistad con Jessie Chambers. Un aspecto importante de esta relación con Jessie y otros adolescentes fue la pasión que todos ellos sentían por la literatura.

 Jessie Chambers quien se conviertió en su mejor amiga y que con el tiempo sería la inspiración para el personaje de Miriam en la novela "Hijos y amantes". De 1902 a 1906, Lawrence se desempeñó como maestro en la British School de Eastwood. También dedicó la casi totalidad de su tiempo a los estudios y recibió un diploma de docencia por la Universidad de Nottingham en 1908.

 En el otoño de 1908, Lawrence dejó el hogar de su juventud para trasladarse a Londres y se convirtió en maestro en Croydon, cerca de Londres. La muerte de su madre, en 1910, Lydia, marcó profundamente la vida de Lawrence. Es evidente que Lawrence mantenía una relación muy cercana con su madre, por lo que la pena que sintió tras su fallecimiento supuso un giro en su vida. A finales de ese mismo año volvió a enfermar de neumonía, por lo que decidió dimitir de su cargo de profesor. Una profesora colega suya, Helen Corke, le ofreció libre acceso a sus diarios íntimos sobre una triste aventura amorosa, que sirvió de fundamento para El intruso.

 En marzo de 1912, el autor conoció a Frieda Weekley, cuyo apellido de soltera era von Richthofen, y con quien compartiría el resto de su vida. Frieda era seis años mayor que él, estaba casada y tenía tres hijos pequeños.12 Entonces era la esposa de un antiguo profesor de lenguas modernas de Lawrence en la Universidad de Nottingham, Ernest Weekley.

 De este modo, ambos comenzaron una aventura y huyeron a la casa de los padres de Frieda en Metz, que en ese entonces era una fortificación alemana próxima a la frontera disputada con Francia. Su estancia en Metz supuso el primer encuentro de Lawrence con el militarismo, cuando fue arrestado y acusado de ser un espía británico, antes de ser liberado gracias a la intervención de su futuro suegro. Tras esta experiencia, Lawrence se desplazó a una pequeña aldea al sur de Múnich, acompañado de Weekley en la que fue su «luna de miel.

 Finalmente, Weekley obtuvo su divorcio. La pareja optó por regresar a Inglaterra con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, y contrajo matrimonio el 13 de julio de 1914. La nacionalidad alemana de Weekley, así como el rechazo abierto de Lawrence por el militarismo, levantaron sospechas hacia ellos en una Inglaterra sumida en la guerra, por lo que casi tuvieron que vivir en la indigencia.

 El arco iris (1915) fue censurado, tras una investigación, por su supuesta obscenidad. Más tarde, la pareja fue incluso acusada de espionaje y apoyo a los submarinos alemanes en las proximidades de la costa de Cornualles, donde vivían en Zennor.

  En realidad, la pareja fue expulsada Cornualles en octubre de 1917 debido al pacifismo de él y la nacionalidad alemana de ella. Huyó de Inglaterra en cuanto tuvo oportunidad y regresó solamente en dos ocasiones, por un breve período, por lo que pasó el resto de su vida viajando en compañía de su esposa. Esta peregrinación lo llevó a recorrer Australia, Italia, Sri Lanka —entonces conocida como Ceilán—, Estados Unidos, México y el sur de Francia.

 Lawrence es reconocido como uno de los escritores de viaje más prolíficos en lengua inglesa. El mar y Cerdeña, un libro que describe un breve viaje desde Taormina en enero de 1921, es una recreación de la vida de los habitantes de esta parte del Mediterráneo.

 Frente a las grandes desventajas, a la pobreza en que se mantuvo durante las tres cuartas partes de su vida y la hostilidad que sobrevive a su muerte, él no hizo nada que realmente no quisiera hacer, y todo lo que más quiso hacer lo hizo. Viajó por todo el mundo, fue dueño de un rancho, vivió en los rincones más hermosos de Europa, y conoció a quien quería conocer y les dijo que estaban equivocados y que él estaba en lo correcto. Pintó e hizo cosas, y cantó, y cabalgó. Consiguió ser libre de los grilletes de la civilización y del no de las camarillas literarias.

Hubo de pasar la mayor parte de su vida en un exilio voluntario, que él mismo llamó «peregrinación salvaje». En el momento de su muerte su imagen ante la opinión pública era la de un pornógrafo que había desperdiciado su considerable talento. La libertad tiene su precio.

 Su obra refleja su oposición a una época marcada por las consecuencias de la industrialización, y luego por la primera guerra mundial. Lawrence se opone mediante una exaltación del instinto sobre la razón, de la pasión sobre el intelecto, y de la espontaneidad frente al convencionalismo.

 Este pensamiento lo lleva a un retorno a lo primordial e instintivo, cuyo centro se halla en la vida sexual, concebida como única forma de conocimiento inmediato. Lawrence odiaba lo que la revolución industrial representaba y amaba la vida al aire libre, la plenitud de la naturaleza contra el imperio de las máquinas, el fuego de la vida en el individuo contra la masificación. No quería ser “uno de esos seres espectrales y sin vida a los que en nuestra lengua muerta llamamos gente”.

 La descripción de la sexualidad de sus personajes es muy detallada y directa. Es uno de los aspectos más polémicos de su obra, y le ocasionó varios conflictos con la censura. Así, sus novelas El arco iris y El amante de Lady Chatterley, fueron prohibidas bajo la acusación de obscenas. El arco iris es la primera parte de una historia que culmina con la publicación de Mujeres enamoradas en 1920.



sábado, 24 de febrero de 2018

El duelo de Joseph Conrad

El contexto en el que se inicia la historia es el de las campañas napoleónicas donde el ejército francés poco a poco, se está adueñando de una Europa en la que nadie puede resistirse al genio militar de Napoleón. En este ejército se encuentran nuestros dos protagonistas D´Hubert y Feraud, ambos tenientes del ejército francés pero que son muy distintos entre sí. El primero del norte de Francia, hombre mesurado, moderado y muy racional; el segundo es sureño y por tanto pasional e impulsivo. Por si fuera poco en lo físico también son muy distintos pues uno es alto y rubio y el otro bajo y moreno. Además políticamente tampoco coinciden pues mientras que Feraud es un ferviente partidario de Napoleón, D´Hubert se decanta por servir a quien toque sin ningún tipo de apasionamiento.
El problema entre ambos surge cunado D´Hubert tiene que ir a arrestar a Feraud porque en los días previos cometió una falta disciplinaria. En este momento el impulsivo y arrogante Feraud toma este hecho como una afrenta y decide retarlo a un duelo sin tener en cuenta que D´Hubert solo cumplía órdenes de sus superiores. El caso es que tras varios duelos, por una razón u otra siempre salvan la vida por lo que en cuanto se vuelven a ver deciden batirse; bueno realmente es Feraud el que tiene entre cejo y cejo acabar con la vida de su contrincante y el que jamás olvida esa afrenta que realmente nunca sucedió.
Un detalle que no se nos debe escapar es que Conrad nos presenta con meridiana claridad la importancia que por aquellos años tenía el concepto de honor, un concepto tan importante para las personas que pertenecían al ejército que eran capaces de vivir solo por el hecho de restaurar ese honor perdido aunque para ello tuvieran que esperar décadas.
Dentro del ejército las figuras de estos dos personajes, que por cierto van ascendiendo hasta llegar a convertirse en generales, se convierten en leyenda y como tales van a tener a sus fieles defensores que provocarán que la rivalidad entre los dos viejos enemigos no solo nunca desaparezca sino que incluso se avive.
Conrad mantiene al lector atento a los acontecimientos; los mantiene alerta, y en algunos momentos casi desesperados por conocer quien resulta vencedor de dicho duelo final.
Fuente: mislecturasclasica.blogspot

viernes, 23 de febrero de 2018

Aurora Venturini


Desciende del abuelo italiano que llegó a La Plata con la gente que trajo Dardo Rocha. No fue un inmigrante que viajó en las bodegas, sino un acomodado siciliano que se enfrentó a Garibaldi y que debió huir de aquella tierra dura “porque quería a los Borbones”. Su abuelo mandó comprar terrenos en la zona del parque Saavedra a los que llegó con su esposa y dos hijos y se puso al frente de la casa comercial Saglio.
Su padre, Juan, se afincó en una casa enorme, cerca del Seminario, que tenía ocho dormitorios, mansarda, una huerta y árboles frutales. Aurora Venturini recuerda que ella fue al Mary O’Graham (Normal 1) y que a edad temprana empezó a escribir.
En la Ciudd de La Plata halló una enorme fuente de inspiración para sus ficciones que, por lo general, contenían detalles autobiográficos y se desarrollaban en escenarios platenses.
Aurora Venturini vivía en aquella quinta con su madre y sus hermanas, recibiendo las visitas de un abuelo paterno, que fue quien la llevó por primera vez a Europa a sus cinco años y con quien iba al Teatro Colón a escuchar ópera.
Hija de un policía - Juan Venturini - y una maestra - Ofelia Melo -, Aurora Angela nació el 20 de diciembre de 1921. Creció junto a sus hermanas Angela Aurora y María Ofelia, y estudió en la Escuela 42; el Normal 1 “Mary O´Graham”; y la facultad de Humanidades de la UNLP, donde se graduó de profesora de Filosofía y Ciencias de la Educación. Como graduada fue asesora en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor, donde conoció a Eva Perón, con quien trabajó a la par y fueron amigas íntimas.
El padre de Aurora Venturini era un militante del partido radical que, en los años treinta, fue detenido por motivos políticos y trasladado al penal de la ciudad de Ushuaia, de donde nunca regresó. El padre al enterarse de que su hija mayor se había afiliado al partido peronista, regresó a La Plata, de donde era oriundo, sólo para echarla de su casa y volver a partir.
Tenía recuerdos de la infancia difusos, enredados en los velos del tiempo: un chico llamado el Toto, estudiante de medicina, cuyo perfil espléndido le gustaba contemplar a contraluz; el hijo de un ladrillero que pasaba en bicicleta, que se parecía a Gary Cooper y al que nunca le habló; el Bebe Cook, un amigo con el que trepaba a la higuera a leer novelas que le prestaba el quiosquero.
A los cuatro años empezó su temprana relación con la literatura: escribía y recitaba con ademanes, como se usaba entonces. Ella se encargaba de echar leña al fuego del mito de la niña brillante y extraña, inteligente y antisocial.
Casada primero con el juez Eduardo Varela, de quien enviudó, fue la mujer, en segundas nupcias, del historiador, ensayista y periodista Fermín Chávez. No tuvo hijos, pero volcó todo su afecto en sus sobrinos (los tres hijos de su hermana menor): Orlando, Silvina y Gustavo Castro. Desde muy chicos, para ellos, la tía fue “una maestra”, capaz de llevarlos, con sus saberes, reales e imaginarios, por mundos fascinantes.
Aurora Venturini escribió Las primas, un texto negro y candoroso al mismo tiempo que, al modo del monólogo del idiota en El sonido y la furia de William Faulkner, cuenta la historia de una familia sórdida en la voz de Yuna, una chica vagamente retardada que logra ascender socialmente mediante la pintura.
Nosotros, los Caserta, cuenta la historia de María Micaela Stradolini Caserta, Chela, una niña superdotada, arisca, con un padre severo, una madre que no la quiere y un hermano deforme que sólo puede articular tres sílabas. En Italia, en un palazzo deteriorado de Sicilia, escribió Nosotros, los Caserta, es otra novela sobre una niña monstruo, pero esta vez la anomalía es lo contrario a la idiotez: Micaela, la niña, es un prodigio, es anormalmente inteligente. Su hermanito menor es el deforme. Nosotros, los Caserta, es un espejo invertido de Las primas: la familia es de clase alta, Chela es escritora (no pintora, aunque la pintura está presente en una escena-retablo que recrea y luego descompone Las Meninas de Velázquez), hay descenso social con propiedades expropiadas por el peronismo. Hacia el final, es casi claramente una biografía de Aurora, con sus amigos franceses sectarios y su viaje, en busca del origen, a Sicilia, al porqué de su piel oscura. Ese origen, por supuesto, será infame e incestuoso. Fábula y ficción, Nosotros, los Caserta es el encuentro con una maldición.
En los cuentos de El marido de mi madrastra, como en Las primas y hasta cierto punto, como en Nosotros, los Caserta, las protagonistas son mujeres. Mujeres que son monstruosas o viven vidas monstruosas; mujeres extremas, enfermas, obsesivas, maltratadas.
Venturini elige la autobiografía para su relato “El abuelo Melo”, que lleva ese título pero luego se extiende al resto de su árbol familiar, especialmente su tía abuela Amada Margaride, sanjuanina. El relato es, en apariencia, realista; la tía abuela cuenta con gran economía y frialdad su infancia entre los cerros. Pero pronto el relato empieza a descomponerse y lo que parecía un relato más o menos convencional, acaba siendo, una vez más, un cuento sobre la familia como monstruo de muchas cabezas.
Uno de sus cuentos es la biografía de alguien externo a la familia pero también pertenece a la vida de Aurora: se trata de la (leve) ficcionalización de un caso que trató como psicóloga en la Dirección de Minoridad de La Plata, donde trabajó desde 1948 y hasta la muerte de su amiga, Eva Perón. La niña tratada lleva, en el cuento, el nombre de Máxima Bellini: su historia es un calvario de abusos físicos y sexuales desde la infancia hasta la adolescencia, en un mundo sucio, lleno de complicidades –de los vecinos, de los médicos– y enfermedad. La voz de Máxima recuerda a la de Yuna de Las primas, pero es más seca: tiene algo de declaración, de exposición quizás. Aurora Venturini insiste en que en ese cuento todo es cierto. Excepto el final, vagamente feliz. “A esa chica la ayudamos mucho en la Fundación. Se recibió de maestra, incluso. La mandamos lejos para que se olvidara de todo, porque pasó acá cerca, en Tolosa. Habrá trabajado cinco o seis años y después me enteré de que se suicidó.
Aurora Venturini vivió muchos años y muy intensamente. Fue amiga de Eva Perón: ha recordado varias veces cómo le contaba cuentos “verdes” para entretenerla en su agonía. Se autoexilió en París durante 25 años tras la denominada Revolución Libertadora. En Francia, fue testigo y parte del movimiento existencialista, fue amiga de Violette Leduc, autora editada por Camus y celebrada por Sartre y Simone de Beauvoir, fue amiga de Euguene Ionesco, pasaba noches bohemias con ellos y con la cantante Juliette Gréco. Fue traductora de Lautréamont, Ducasse y el poeta vagabundo François Villon. En Sicilia frecuentó la amistad del poeta Salvatore Quasimodo.
Ella se sabía anómala desde siempre, y sólo por ser escritora. Creía que los escritores son, en alguna medida, todos monstruosos. Y que escribir es algo muy serio.
Sobre los años fundacionales de nuestra ciudad -tema presente en “El marido de mi madrastra”- cuenta que los franceses eligieron vivir en Tolosa, mientras que los italianos prefirieron el casco urbano de La Plata. Dice que el dato no pertenece a la ficción sino que viene de la realidad histórica: “los primeros tolosanos fueron los franceses, como la señora de La Barre o Doña María Oyhanarte, que fundó allí el asilo francés destinado a las ancianas de esa nacionalidad y sus descendientes. Además, el nombre de Tolosa es por Toulouse, la ciudad francesa”.
No habrá otra escritora igual, tan extrema y desconcertante, tan anómala como revulsiva. No era “normal” Aurora Venturini. Le gustaba coquetear con su excentricidad, jactarse de ser un “bicho raro” y componer versiones discordantes de su vida, como si protagonizara las deformes tribulaciones de una perversa heroína. Aurora Venturini murió en la misma ciudad de La Plata donde había nacido hacía 92 años.

domingo, 18 de febrero de 2018

El Crimen de Lord Arthur Saville de Oscar Wilde


En una fiesta organizada por una aristócrata inglesa, unos personajes conocen a Mr. Podgers, un quiromante. Este lee la mano a muchos de los personajes pero con Lord Arthur Saville queda sorprendido con lo que le lee y no se atreve a contárselo.

  En las lineas de su mano está escrito su destino, y Lord Arthur se ve en el dilema de cumplir cuanto antes con lo que le marca éste, o hacer como si no supiera nada. Sin ningún tipo de reservas Arthur decide "ayudar" al destino y adelantar los acontecimientos. Para el protagonista es un deber cumplir con la obligación que cree tener, siendo esta una crítica genial a una sociedad hipócrita como la victoriana. Para esta el deber lo era todo, y Wilde lo lleva al extremo ¿si el deber te pide que asesines, tienes que cumplir con él? Arthur Saville al ser un aristócrata no tiene duda y cumple con su deber, y es más no le queda ningún remordimiento por lo hecho.

  Si esta es la crítica más importante de Wilde a la sociedad victoriana, no es la única. Por ejemplo muestra la ociosidad de estos aristócratas que tienen como "hobbies" tener bufones que les diviertan en las fiestas como quiromantes (muy de moda en la época), que por supuesto deben de ser de una menor escala social o al menos no ser británicos. Cuando la duquesa Paisley oye que hay un quiromante en la fiesta dice: "Que horror. Espero que por lo menos sea extranjero. En ese caso no resultaría tan espantoso".

  Donde encontramos la más feroz crítica de Wilde en la obra es en la que hace a Scotland Yard. Cuando el protagonista busca dinamita para cometer el crimen. Por un momento piensa en ir a la policía a preguntar donde conseguirla pero deshecha la idea porque "nunca parecían saber gran cosa sobre los movimientos de los irlandeses responsables de la facción de la dinamita hasta después de producidas las explosiones, y luego tampoco sabían demasiado".

  Tenemos que tener en cuenta que ya existía en Irlanda un movimiento nacionalista irlandés que perpetró numerosos atentados por aquellos años. Por ejemplo en 1885 estos nacionalistas hacen explotar una serie de bombas en el Puente de Londres, la Torre de Londres y la Cámara de los Comunes.  Y en 1887 atentaron contra la abadía de Westminster intentando asesinar a la reina Victoria.

Pero no acaba ahí la cuestión. Wilde vive en  un mundo que se encuentra en la llamada "Paz Armada" y en su obra la cuestión también aparece para dejar en mala situación a Scotland Yard.

  En eso años Gran Bretaña seguía siendo la primera potencial mundial, gracias a su inmenso poder naval y a su imperio colonial. Alemania que había nacido como estado en los años 70 del siglo XIX, llegó tarde al reparto colonial de manera que quería hacerse con parte del pastel. Convirtiéndose en un peligroso rival para Gran Bretaña si quería mantener la hegemonía mundial. ¿Qué tiene que ver el contexto político con la novela? Mucho, puesto que uno de los personajes será el espía alemán Conde Rouvaloff. Wilde utiliza a este personaje para atizar aún más a la policía. Genial resulta el párrafo en el que el espía alemán pregunta: "... a quién irá dirigido (el artefacto)? Si es para la Policía o alguien relacionado con Scotland Yard, me temo que no podré hacer nada. Los policías ingleses son buenos amigos nuestros y hace mucho que he descubierto que, si confiamos en su estupidez, podemos hacer lo que queramos..."

Por supuesto, el establishment esperó pacientemente para vengarse y cuando, en un mal paso de Oscar Wilde, vió llegar su oportunidad lo hizo de una manera brutal.