En 1932 Arlt publica su última novela: “El amor brujo”, un alegato contra el matrimonio burgués, su falsa moral y sus intereses materiales. Narra el romance entre el ingeniero Estanislao Balder (de 30 años) e Irene Loayza, una joven de familia de clase media con 19 años, residente en Tigre.
Balder, casado y con un hijo de seis años, se enamora perdidamente de Irene, y establece un noviazgo con la adolescente. Hay otra historia secundaria, la de Zulema, amiga de Irene y mayor que ella, cuyo matrimonio con el mecánico Alberto no es feliz. Balder se separa finalmente de Irene, y luego de una serie de desilusiones se reconcilia con su esposa. Balder es hipócrita y mezquino, haragán y triste, físicamente deja mucho que desear: Era un hombre de aspecto derrotado, cargado de espaldas, que llevaba con abandono su traje gris. Nada que pueda hechizar una adolescente sonriente y pura. En síntesis, Balder era uno de los tantos tipos que denominamos hombre casado. Tanto es así que algo de brujo e hipnótico llevará el maltrecho ingeniero a tomar en consideración la separación de su mujer dejando que la madre de Irene lo manipule (interesada en asegurar un futuro a su hija, explotando el instinto sexual del hombre).
Además, una historia paralela, en la que Balder ve una suerte de réplica de sus propias relaciones con Irene, se desarrolla al mismo tiempo: es la de Zulema, amiga de Irene, cuyo matrimonio con el mecánico Alberto no marcha bien. La historia termina cuando Irene se entrega a Balder y éste comprueba que no era virgen, tal como le había jurado. Ante el engaño, resuelve romper sus relaciones con la muchacha. Simultáneamente, Alberto se presenta para contarle que Zulema le es infiel.
Hay que añadir que "El amor brujo", también con sus aspectos alucinados y con sus flujos de conciencia, nos reserva momentos en que el grotesco y la ironía se acompañan de manera eficaz a los tormentos del ingeniero Balder y a las contradicciones de Argentina: «¿En qué país estamos? Este obrero, que tiene la obligación moral de ser revolucionario, me viene a conversar a mí, que soy un ingeniero, de la necesidad de respetar los convencionalismos sociales. Qué lástima no estar en Rusia. Yo lo habría fusilado».
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