sábado, 3 de diciembre de 2016

"Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos: Philip K. Dick; 1928-1982" de Emmanuel Carrère


Su madre lo trajo al mundo en Chicago, un 16 de Diciembre del año 1928, además de a una hermana melliza, Jane. Con apenas cinco semanas de edad, un inspector de la compañía de seguros que recién había contratado su padre,Joseph Edgar Dick, fue a hacer una visita a la familia que acaba de nacer. Con horror contempló cómo los pequeños mellizos se encontraban seriamente desnutridos y heridos, con evidentes señales de abandono. De inmediato los llevó al hospital, aunque lamentablemente nada se pudo hacer por la pequeña Jane que falleció de camino.
 Pese a las escasas cinco semanas con las que contaba por aquél entonces, Dick quedaría profundamente marcado por esta tragedia, que resurgiría una y otra vez en su vida, sus relaciones y como es lógico, en su producción artística, dando origen al tópico del 'gemelo fantasma'. Después de divagar un par de años entre Washington D.C. y California, de contemplar la ruptura de sus padres, y de instalarse finalmente en ésta última bajo la tutela de su madre, comenzaría por fin a dar señales de lo que sería el día de mañana. Un genio para algunos, un chiflado para otros, cultivando sus pasiones o sus obsesiones. La música y la literatura.
 “Siempre se había negado a aceptar, con todo su ser, la idea de que el azar fuera el motor de lo que le sucedía, una danza de electrones sin coreógrafo, o una serie de combinaciones aleatorias. Para él, todo tenía que tener un sentido. Había vivido y explorado su vida según este postulado. Ahora bien, a partir de la idea de que existe un significado oculto en todo lo que sucede, caemos fatalmente en la idea de que también existe una intención. Cuando alguien intenta ver su vida como una trama, pronto ve también en ella la ejecución de esa trama, y acaba preguntándose quién la ha tramado. Esta intuición, que todos más o menos compartimos, más o menos vergonzosamente, alcanza su plenitud en dos sistemas de pensamiento: El de la fe religiosa y el de la Paranoia. Y Dick, por haber experimentado las dos dudaba cada vez más que existiera alguna diferencia entre ambas.” Pag. 217.
 Abandonó los estudios universitarios que cursaba, y encontró trabajo en una tienda de discos donde dio rienda suelta a su curiosidad por la música hasta 1952. De esta fecha en adelante, durante treinta años de forma casi ininterrumpida, no se dedicó a otra cosa que escribir. Acribillado por las preguntas sobre su pasado, y por algún que otro episodio de auténtico terror psicológico fueron esbozándose los límites entre los que habría de asentarse su amplísimo legado.
 Cualquiera que no estuviera advertido del estilo phildickiano -Término que se hizo famoso en la contracultura californiana de aquellos años- leería un relato corto, un cuento, o una novela suya sin atisbar más que una imaginación prodigiosa y un talento para enredar más allá de los límites meramente estéticos, los avatares de los desdichados personajes. En el fondo, el profundo anhelo que sentía Phil en su fuero interno emanaba en cada palabra y cada acto que llevó a cabo. Sus interlocutores lo defendían, a sabiendas, de sus 'pequeñas idiosincrasias' -como diría Robin Williams haciendo de Psicólogo en 'El indomable Will Hunting' (1997) de Gus Van Sant- por las que tantos lo criticaron, diciendo, que pese a todo, había pocas cosas comparables a una conversación con él. Era, como él mismo dijo, “una rata” que no dejaba de escurrirse en argumentos, reflexiones, contradecirse y volver a contradecir aquello con lo que acaba de oponerse a lo que había defendido antes -por si no ha quedado claro- y todo ello, motivado por ese profundo anhelo de encontrar un sentido, que todos más o menos compartimos, más o menos vergonzosamente.
 1974 sería el año en que Nixon abandonaría la Casa Blanca; el año en que el escritor Ruso Alexander Solzhenitsinsería desterrado y finalmente, el año en que, entre Febrero y Marzo, Dick viviría uno de los episodios, sino el más, importantes de su vida. Después de recibir una dosis de Pentotal Sódico -suero de la verdad- en el dentista y volver a su apartamento, una mujer, joven, conocida, le llevó una caja de Darvon -un opiáceo- para aliviar el dolor. Al abrirle la puerta observó que ésta llevaba un collar con un símbolo del cristianismo perseguido. Un pez dorado. Al verlo, P. K. Dick tuvo una revelación. Pudo ver por anamnésis o intuición intelectual, la verdadera realidad detrás de las cosas.
 Los últimos ocho años de su vida los pasó investigando la historia de la filosofía y la teología, redactando un diario oTractate, una Exégesis, de más de 8000 páginas en los que teorizaba sobre los acontecimientos que había experimentado por aquél entonces. De todo este flujo de conocimientos se puede extraer una visión gnóstica que separa el mundo en dos realidades, una aparente y mecánica, y otra oculta y divina, que sería aprovechada, desvirtuándola y tergiversando el mensaje phildickiano, tanto por los teóricos de la conspiración como quienes impulsaron en torno a aquéllos años el surgimiento de la cultura new-age.
Sus últimos años, siendo ya un escritor reconocido, los pasó, como era costumbre en él, confuso. Iba a rodarse la primera adaptación cinematográfica basada en una obra suya, 'Do Androids Dream Of Electric Sheep?' (1968) que se titularía simplemente 'Blade Runner' dirigida por Ridley Scott (1982) y que sería considerada con el paso de los añospelícula de culto. Triunfó al final. Aunque como él mismo diría en su novela V.A.L.I.S. refiriéndose a su protagonistaAmacaballo Fat, el triunfo “llegó tarde”, no sabía qué hacer con los beneficios que le reportaba su intensa actividad literaria, que comenzaba a traducirse a varios idiomas, así que donó la mayoría, y lo peor aún, seguía sin tener del todo claro qué era lo que había visto o si era siquiera real. Sólo él lo sabe a estas alturas, o no.
 Emmanuel Carrère nos lleva por la vida convulsa y frenética de Dick aportando la pausa suficiente y necesaria, de forma amena y dando las claves fundamentales que nos permiten comprender de forma más profunda y completa la obra del torturado escritor. No sólo es una magnífica biografía sobre la vida de un hombre inconmensurable.
 Carrère construye esta biografía sobre varios pilares que se entrelazan y alternan de forma continua. Primero, la biografía del autor: tomando como mimbres los hechos más relevantes de su vida, los acontecimientos más destacados e ilustrativos de su forma de entender la realidad y la literatura, junto con las personas que convivieron y contribuyeron a hacer de él quien fue. Segundo, su obra, pues dentro de cada período vital se comentan sus novelas y relatos más conocidos, se describen argumentos, se reproducen diálogos, y se contextualizan los distintos períodos creativos que Dick tuvo que –a veces de forma muy dolorosa- atravesar. Tercero, los recuerdos y las vivencias de otras personas, que completan la visión de quien era Philip K. Dick. Y en cuarto lugar, una tendencia omniforme a echar a volar la imaginación creativa de Carrère para interpretar acontecimientos de la vida de Dick, convirtiendo la opinión personal en parte del retrato del autor.
 En cuanto a la biografía, se hace especial hincapié en las consecuencias que provocó en la persona de Dick su vida familiar tanto de adolescente como de adulto. De adolescente, la pronta marcha de su padre y la fuerte personalidad (que se caracteriza como de ‘castradora’) de su madre; así como la muerte de su hermana, a las pocas semanas de nacer y como consecuencia de una decisión expresa de su madre de no darles de comer, explican en parte la fuerte frustración y sensación de pérdida que lo acompañaron. De adulto, la proyección del adolescente se refleja en sus caóticas relaciones con sus numerosas y distintas esposas, con sus desconcertados amigos, o con aquellos que, en cada momento de su vida, pasaron y fueron importantes como confidentes, como perseguidores, como críticos o como admiradores. Todos ellos, por lo menos los más importantes, aparecen aquí de una u otra forma. Y ese es uno de los principales valores de esta biografía.
 Valioso es también el repaso a las obras más populares de Dick. Aquellos que todavía no la conozcan, sin duda, encontrarán en los argumentos, los diálogos, las reflexiones y los contextos creativos que se introducen en esta biografía, los motivos necesarios bien para decidir el introducirse en ella, bien para huir aspaventado –porque Dick es un escritor extremo, que o se quiere o se odia. Encontraremos en Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos extensas referencias en detalle a Los clanes de la luna Alfana, El hombre en el castillo, Los tres estigmas de Palmer Eldricht, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Ubik o Una mirada en la oscuridad, entre otras. Si bien, claro, es muy complicado encontrar un catálogo lo suficientemente extenso como para abarcar la amplia y completa obra de Philip K. Dick. Esta biografía no es una de esas rara avis. Y el lector dickiano debe esperar todavía un poco más para encontrarla. (Por cierto, ¿quién tendrá el valor de enfrentarse a ese ingente trabajo?).
 En cuanto a las personas que fueron relevantes para él, son numerosas las que aparecen aquí: desde su madre y su omnipresente hermana; a sus importantes esposas (cada una de ellas fueron relevantes, dentro de su distinta idiosincrasia personal, de una forma u otra); pasando por los gurús de diverso pelaje; los obispos y padres que sufrieron sus constantes dudas teológicas y metafísicas, junto a su proyección sobre el constante debate teleológico en Dick sobre el fin de la realidad y sus causas; así como otras muchas personas que lo conocieron y formaron parte de su vida.
 Pero, si sus pinturas y pinceles son muy útiles para dibujar una correcta idea de cómo era Philip K. Dick, ser complejo y poliédrico, persona además de escritor; ni la precisión del pulso, ni el marco, son los correctos para dotar a ese cuadro de una adecuada verosimilitud. La imaginación de Carrère vuela en demasiadas ocasiones, y en demasiados puntos, como para que algunos de los pasajes –dejo la cantidad relativa a la valoración del lector- puedan llegar a ser creíbles. Se enfoca a Philip K. Dick como un personaje psíquicamente afectado, prácticamente, desde el momento en que adquiere consciencia; se sobredimensionan sus aspectos excéntricos, hasta llegar a totalizar la vida de Dick; permanentemente desquiciado y desorientado, sólo permite intuir el corazón, el centro de su personalidad.

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