lunes, 26 de diciembre de 2016

La muerte del padre de Karl Ove Knausgård


Empieza con una reflexión sobre la muerte; pasa a relatar un episodio místico que Karl Ove experimenta a los ocho años, cuando cree ver la cara de Cristo en la superficie del mar; vuelve al presente contemporáneo a la escritura del libro (2008), en el que aparecen su mujer y sus tres hijos; rememora varios sucesos de su adolescencia, incluidas cincuenta páginas sobre la logística de comprar cerveza y llevarla a una fiesta de año nuevo siendo menor de edad; alude al divorcio de sus padres; y acaba describiendo la semana en que él y su hermano Yngve, al enterarse de la muerte del padre, viajan a Kristiansand para poner en orden una casa que encuentran en estado calamitoso, llena de botellas vacías, años de mugre, manchas de excrementos y hasta un cadáver de animal putrefacto, mientras lidian con el hecho de que en ella aún vive su abuela, a esas alturas tan alcohólica como el muerto, por no hablar de senil, sucia e incontinente.
El autor llevaba tres años sin verlo y en ese período el padre estuvo viviendo con su madre, la abuela del autor. Knausgård llega con su hermano a la casa de la abuela para encargarse del entierro. Lo que encuentra, al entrar a la casa, es catastrófico. Todo lo cuenta con un nivel de detalle abrumador. Este último episodio, que ocupa el tercio final del volumen, es el que hace a éste un texto extraordinario. Su padre llevaba tres años suicidándose a paso lento con el alcohol. Todos los pisos de toda la casa estaban cubiertos con botellas vacías de vodka. Los sillones estaban defecados. Las habitaciones estaban infernalmente inmundas. Y en el centro de este cuadro estaba la abuela, tranquila, como si todo fuera normal. Knausgård describe la limpieza de la casa con la misma meticulosidad con la cual describió su juventud, pero ahora el peso de la descripción tiene la fuerza de una alucinación.

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