lunes, 26 de diciembre de 2016

La revolución es un sueño eterno de Andrés Rivera


El libro entero trabaja sobre la siguiente paradoja: Juan José Castelli, el orador de la revolución, muere enfermo por un cáncer de lengua, sin poder hablar. La escena en donde casi toda la novela transcurre la constituye el juicio que el entonces gobierno de Buenos Aires le hace a Castelli, acusado de múltiples e igualmente ridículos delitos. El vocero de la revolución, el enviado por la primera junta a la campaña al Alto Perú, es juzgado por el mismo proyecto que había ayudado a construir.

Toda la novela recorre esta contradicción, la que hace que los revolucionarios carezcan de revolución, la que tiende a condenar y marginar a los patriotas más radicales. En este mismo sentido el personaje de Castelli recuerda a Mariano Moreno, muerto en circunstancias más que dudosas en alta mar; entabla diálogos constantes con su primo Belgrano, abandonado por el gobierno porteño, y comparte ajedreces con Monteagudo, asesinado varios años después en Lima.

Castelli, enfermo y sometido a un juicio que nunca concluirá, se pregunta qué juró aquel 25 de mayo en el cabildo abierto. Se pregunta qué les faltó para que la realidad venciera a la utopía, qué es lo que hizo que la revolución tal como la habían concebido fuera más parecida a un sueño eterno que a una realidad concreta.

El revolucionario Juan José Castelli, después de darle a la causa criolla los argumentos para derrotar a los españoles en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 y tras una dura campaña al frente del Ejército del Norte, es desplazado del poder y muere, solo y empobrecido. Andrés Rivera imagina unos textos desgarrados y escépticos que Castelli escribe en cuadernos privados e intercalando otras voces y una narración lúcida y precisa, el autor arroja una nueva mirada sobre la historia.

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