jueves, 26 de octubre de 2017

“Winesburg, Ohio” de Sherwood Anderson


Winesburg, Ohio, cuyo título completo es Winesburg, Ohio: Colección de relatos sobre la vida en un pequeño pueblo de Ohio, es una novela del escritor estadounidense Sherwood Anderson publicada en su primera edición en 1919. La trama se articula alrededor de la niñez y juventud de George Willard, reportero de un periódico local, y narra a través de veintidós pequeños relatos, los capítulos en los que se divide la obra, las vivencias de la comunidad de Winesburg, Ohio, una localidad ficticia, pese a que existe una población con el mismo nombre.

Con la influencia del “Spoon River Anthology” del también norteamericano Edgar Lee Masters (otra antología de cuentos), Sherwood Anderson fue el escritor que transformó radicalmente la forma de entender y estructurar la narrativa breve. Es gracias a él que se empieza a acuñar la terminología “ciclo de relatos cortos”, ya que, aunque aparentemente el texto parece una sucesión de relatos breves, sin embargo, todos ellos, en su conjunto, pueden ser considerados una novela en toda su plenitud.

Cada uno de los relatos tiene como protagonista a uno de los habitantes del pueblo, y, fiel a su estilo, no crea cuentos a la antigua usanza (como por ejemplo Edgar Allan Poe) donde cada elemento del argumento se dirigía hacia un final donde crecía la tensión hasta conseguir un final sorprendente o emocionante. Se olvida un poco de estos elementos para centrarse más en la psicología de los personajes y donde los finales desafían las expectativas de los que los leen, un entramado de personas muy cercano a la realidad.

En todos estos relatos la soledad y la falta de comunicación son elementos comunes a la vida de todos los personajes. Muchos de ellos sufren una “muerte en vida” de tipo psicológico (sólo hay que ver el caso de Elmer Cowley en el relato “Raro”, que siente que todo el mundo le rehúye y que se encuentra solo; o el del Reverendo Curtis Hartman y sus tentaciones sexuales, que le hacen cuestionarse su vida de sacerdocio), pero entonces tienen una epifanía que les hace darse cuenta interiormente del significado de sus vidas. Con esta fragmentación consigue mostrarnos una realidad inabarcable, imposible de percibir en su totalidad.

El único protagonista que sale en casi todos los cuentos es el periodista George Willard, nexo de unión de todas las historias y personajes. Sherwood Anderson elige para contar esta historia un aparente narrador omnisciente (dado que en realidad él tampoco conoce todo lo que está ocurriendo) y usa la ironía con frecuencia para mostrar los conflictos internos que se dan en todos los personajes. El estilo resulta sencillo en el lenguaje, sin demasiadas complicaciones lingüísticas, metáforas adecuadas y sin enrevesar las estructuras sintácticas.

Su influencia es innegable en escritores posteriores: Hemingway, Faulkner, Steinbeck , Salinger. La obra es excelente, con algunos relatos buenos, y otros magníficos. Además nos muestra la desmitificación del “ideal jefersoniano”, esa sociedad rural utópica y sus ideales, para darnos paso a una realidad diferente donde predomina la incomunicación, la soledad, la alienación de la persona, el conflicto de la persona ante una sociedad poco hospitalaria y que se tecnifica constantemente. Una obra colosal, a pesar de su amargura, y de una vigencia total hoy en día.

La mirada de Anderson sobre este pequeño pueblo estadounidense está llena de afecto, pero también carece por completo de indulgencia. Los personajes que protagonizan las historias son presentados con una economía de medios que prefigura la aridez de Hemingway, por ejemplo, aunque con un estilo muy hermoso y de una sensibilidad notable. Está claro que la propia vida del autor condicionó su forma de enfocar estos relatos y la simpatía del narrador por esos extraños habitantes de Winesburg recorre todas y cada una de las páginas; aunque la mayor parte de los ciudadanos de Winesburg son criaturas desoladas y perdidas, el lector percibe un poso de entrañable calidez en cada uno de sus retratos.

No obstante, la característica común a todos ellos es el fracaso. Todos son seres abandonados por la fortuna, perdedores de una u otra clase que se mueven por ese pueblo casi como fantasmas, anhelando sueños o tiempos mejores. Desde maestras de escuela solitarias y apáticas hasta aparceros rudos y orgullosos, los personajes que presenta Anderson son nobles, pero cansados; hombres y mujeres que llevan dentro de sí algo hermoso, pero que son incapaces de exteriorizarlo y darlo a conocer. Estos personajes hacen gala de una verosimilitud insólita, si bien la mirada del autor sólo se centra en determinadas facetas y se recrea en la compasión. Está claro que al narrador de estas historias le caen bien sus héroes; de alguna manera se identifica con ellos y da por sentados ciertos elementos que no tendrían por qué asumirse desde otra perspectiva.