sábado, 26 de noviembre de 2016

Nadja de Andre Breton

Nadja (1928) es una obra compleja en la que, a partir de la relación que se estableció en 1924 entre el personaje que da título al relato y el autor, se encuentran todas las claves del Surrealismo en la etapa de su desarrollo inmediatamente posterior a la publicación del primero de sus Manifiestos, es decir, en pleno dinamismo conceptual. Muy densa en significados, puede ser considerada una de las obras más importantes del autor y del movimiento del que es, sin duda, su quintaesencia. Nadja existió de verdad. Fue una joven llamada Léona Camille Guilaine Delcourt, que Breton abordó, al azar, en la calle. Se enamoró del poeta hasta el punto de llegar a perder literalmente el juicio. André estaba casado y sólo quería una aventura-escarceo de inspiración con su musa. Pobre Nadja. Se conservan cartas de ella en las que acusa a su amante de haberse sentido olvidada, postergada, “si usted me abandona, me siento perdida”. André dirá posteriormente que ella le tomó por un dios, y esa fue la causa del inicio de herrumbre en su equilibrio.
Breton nació en Tinchebray el 18 de Febrero de 1896.Tras realizar estudios parciales de Medicina, entra en contacto con Apollinaire, tomando parte activa en la agitación dadaísta parisina. En 1924 publica el primer Manifiesto del surrealismo, convirtiéndose en punto central de referencia para el movimiento. Muy interesado en los diferentes aspectos de la vanguardia, a éstos añade la importancia de la suerte o el azar en el curso de la creación artística. La publicación de El surrealismo y la pintura confirma el amplio campo de experimentación que el movimiento tiene en las artes visuales siempre que el automatismo mantenga su presencia. Con sus “poemas – objeto”, explora lo irracional e inconsciente abriendo el camino a una poesía auténticamente visual. Durante la II Guerra Mundial se exilia en Nueva York; a su regreso, participa en Francia en la fundación del art brut , escribiendo en 1957 un texto fundamental sobre El arte mágico. Considerado el “Papa del surrealismo ", su mirada modifica el paisaje artístico, ya que llama a participar al arte en “la emancipación integral del hombre”. Murió en París el 28 de septiembre de 1966.

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