martes, 22 de noviembre de 2016

William Burroughs: "La gracia me llegó en forma de gato"

En los últimos años de su vida, William Burroughs, decidió llevar un diario. Al morir sus diarios fueron recuperados bajo el título de Last Words, una obra en la que podemos vislumbrar un pedazo refulgente de su obsesión: las drogas, la policía, los gatos y el amor.
La escritura de estos diarios es similar a la de sus novelas, en las que se entrecruzan sueños, fragmentos de relatos en borrador, citas propias y de otros autores, frases de periódicos y revistas, versos de viejas canciones, ideas que aparecen al correr del pensamiento, párrafos de cartas a los amigos carentes de todo contexto personal.
“La gracia me llegó en forma de gato”, anotó en sus diarios finales; especialmente en forma de Fletch, su preferido. El ídolo de los beatniks quería bastante menos a los seres humanos, pensaba que el amor “es mayormente un fraude, una mescolanza de sexo y sentimentalismo que ha sido sistemáticamente vulgarizada y degradada por el virus del poder”.
Vivía retirado en Lawrence, Kansas, solo con sus gatos y su rifle. Habitaba una cabaña de dos ambientes con rosales en el porche y una etiqueta en la puerta que informaba de la presencia de gatos en el interior que debían ser salvados en caso de emergencia. Comenzaba la mañana con una inyección de metadona y un desayuno suculento. Después de mediodía practicaba tiro al blanco con pistola y cuchillo. El tiempo de los tragos llegaba a las 15.30 en punto y solía trabajar en sus diarios hasta la cena con amigos. Se acostaba a las 9 de la noche, no sin antes hacer una ronda alrededor de la cabaña pistola al cinto.
Ahí recibió, el 21 de octubre de 1993, a Kurt Cobain, admirador suyo. Burroughs cursó la invitación al líder de Nirvana después de haber rechazado protagonizar el vídeo de Heart-Shaped Box, tema de “In utero” para el que Cobain soñaba con la figura del escritor como un viejo Cristo yonqui crucificado. Además, un año antes, en una grabación titulada “Le llaman El Cura”, una pequeña casa de discos había mezclado la voz del escritor con un fondo de la guitarra del músico. Definitivamente, el chico merecía un poco de su tiempo.
Burroughs recibió a Cobain por la mañana, rodeados de su gatos y de sus publicaciones sobre “armas, supervivencia y artes marciales”. Cobain llegó junto a su mánager, Alex McLeod, y un disco de Leadbelly, viejo cantante de blues que había descubierto gracias a una entrevista del escritor y que se había convertido, a sus ojos, en “el primer punk rocker”. “Estos nuevos chicos del rock&roll deberían dejar a un lado todas esas guitarras y escuchar algo que tenga realmente alma, como Leadbelly”, le dijo Burroughs.
En el encuentro Cobain-Burroughs nadie bebió, fumó o se drogó. Unos años antes, Burroughs había participado en una de las películas de la era grunge, Drugstore cowboy (1989), de Gus van Sant, interpretando a un personaje, apodado El Cura, a cuyo encuentro acude Matt Dillon, el protagonista, en busca de una respuesta sobre su destino. Hay cierto paralelismo entre ambos momentos. En la ficción, Burroughs responde: “Mi predicción para un futuro próximo es que los derechistas usarán la histeria de las drogas como pretexto para crear un aparato policial internacional, pero ya soy un hombre viejo y puede que no viva lo suficiente para ver la solución final al problema de la droga”.
Cuando Cobain se suicidó en 1994, Burroughs fue parco: “Lo que recuerdo es la expresión moribunda de sus mejillas. Él no tenía intención de suicidarse. Por lo que yo sé, ya estaba muerto”. Burroughs reparó en el tormento del líder de Nirvana. Poco después, cuando Cobain se hubo marchado, Burroughs le confesó a su ayudante que había ‘algo raro en aquel chico’, advirtiendo que su invitado ‘fruncía el ceño continuamente y sin razón aparente’, como si estuviese librando una batalla secreta, una feroz y despiadada guerra interna”.
En 1996, un año antes de su muerte, comenzó el final. Murieron dos personas de su círculo más íntimo y, sus gatos, uno a uno. El primero fue Timothy Leary: lo fulminó un cáncer el 31 de mayo de 1996. Allen Ginsberg murió el 5 de abril de 1997 y es muy probable que esa pérdida haya sido la más difícil que Burroughs tuvo que afrontar en toda su vida. En los tres meses posteriores a la muerte de Ginsberg, dos de sus gatos fueron atropellados por un auto. Después murió Fletch, dicen que su gato favorito, el 9 de julio de 1997, sólo unos días antes que el escritor. Estaba listo para morir. Y así fue.
El 2 de agosto de 1997, un paro cardiaco se llevó a Burroughs, a los 83 años. Su inspiración para morir había sido Ginsberg, su gran compañero, que había escrito antes de irse: "Pensé que iba a estar aterrorizado, pero, en cambio, estoy fascinado".
Una vez contó que lloró cuando pensó en la posibilidad de morir en condiciones de una guerra nuclear. Lloró, dijo, porque no podía imaginar qué sería de sus gatos si él muriese. Sus gatos murieron muy poco tiempo antes que él, como si supieran que Burroughs no descansaría en paz si lo sobrevivían.
En su diario escribió sus últimas palabras:
No hay nada. No hay sabiduría final ni experiencia reveladora; ninguna jodida cosa. No hay Santo Grial. Solo conflicto. La única cosa que puede resolver este conflicto es el amor. Amor puro. Lo que yo siento ahora y sentí siempre por mis gatos. ¿Amor? ¿Qué es eso? El calmante más natural para el dolor que existe. Amor.
Su editor, James Grauerholz, aseguró que había muerto tranquilo y sereno. Al parecer, quería ser incinerado en Tánger y que luego esparcieran sus cenizas en Gibraltar. No hay Santo Grial. Solo un gato. Quizá Kurt Cobain no soportó la respuesta.
Para algunas personas puede ser patético que Burroughs, en su ruina final, haya cantado su elegía a sus gatos. Lo cierto es que Burroughs vuelve al amor un analgésico, un opioide. Termina con una nota cursi, pero también terriblemente honesta. Esto es interesante también porque Burroughs experimentó innumerables malestares debido a su longeva relación amorosa con la heroína (y sus sustitutos). Al parecer notó que el amor curaba o apagaba el dolor como un sueño de opio.
La de Burroughs fue vida marcada por el dolor y la soledad. El 6 de septiembre de 1951 asesinó por accidente a su esposa Joan Vollmer, dos años después de casarse con ella. Los había presentado Jack Kerouac. Vollmer murió de un disparo en la frente, jugando a Guillermo Tell con Burroughs. Antes del disparo, ella dijo: “Voy a cerrar los ojos. No soporto la sangre”. Ella era una joven estudiante de periodismo y él todavía no había escrito casi una palabra. Permaneció en la cárcel 13 días, pero luego con algo de dinero pudo evadir a la ley.
Sus amigos lo recuerdan como un tipo al que le costaba abrirse a otras personas. Un paria. Un extraño para todos. Nació en el seno de la clase media, y su niñera lo introdujo al opio. Fue abusado por el novio de ella. Su tío fue Ivy Lee, el inventor de las relaciones públicas modernas, quien fue el encargado de relaciones externas de la familia Rockefeller. Laura Lee Burroughs, su madre, procedía de una familia sureña de abolengo, entre cuyos ancestros estaba el general sudista Robert E. Lee.
El capital económico familiar, del que no gozó toda su vida, procedía de la máquina de sumar, la Burroughs Adding Machine, inventada por su abuelo. Ese invento fue el embrión de la calculadora. La empresa se llamaba American Arithmometer Company y funcionaba en St. Louis. Producía y vendía calculadoras. Seis años después de la muerte de su abuelo, la compañía se mudó en 1904 a Detroit y cambió el nombre a Burroughs Adding Machine Company. Fue líder en su sector por muchos años. La familia Burroughs vendió la empresa y los derechos de la invención por $200.000 dólares, poco antes del derrumbe financiero de 1929.
William S. Burroughs es recordado como uno de los principales exponentes de la Generación beat. De este grupo de escritores estadounidenses que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial y que rechazaron los valores tradicionales. La libertad sexual y el uso de drogas fue una de las características que definieron al grupo conformado por William Burroughs, Jack Kerouac, Neal Cassady, Allen Ginsberg, Herbert Huncke, John Clellon Holmes, entre otros. El grupo buscaba comprender el pensamiento oriental, además de encontrar un nivel de conciencia a través de la naturaleza y la meditación.

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