viernes, 25 de noviembre de 2016

Tom Wolfe

Thomas Kennerley Wolfe nació en Richmond, Virginia, el 2 de marzo de 1930. Es hijo de un agrónomo y una diseñadora. Tras cursar estudios superiores en las universidades de Lee y Washington, en 1959 se doctoró por Yale con una tesis sobre la influencia del comunismo en los escritores norteamericanos. Se inició en el periodismo haciendo reportajes sobre el mundo de los suburbios para el Washington Post. Tardó poco en agotar las posibilidades que le ofrecía la capital federal, y decidió trasladarse a Nueva York.
La desenfadada ironía de su estilo y el lenguaje fresco y desenvuelto que caracteriza tanto a sus reportajes como a sus novelas lo han convertido en uno de los representantes de la contracultura más leídos de nuestro tiempo.
Wolfe se fue a Yale a hacer su posgrado, donde se embebió de sociología. Pero la universidad le resultaba predecible, y la vida bohemia no lo atraía para nada. Nunca fue gregario, así que se volcó al periodismo, entre otros, en el suplemento dominical del New York Herald Tribune.
En 1962 se encontró un reportaje sobre el boxeador Joe Loie de Gay Talese en Esquire y se convenció de que había otra forma mucho más atractiva de contar la realidad, que él no se quería perder. El desarrollo de personajes, la descripción detallada de escenas o el empleo de la tercera persona eran fórmulas tan válidas para un artículo como para una novela.
Wolfe logró un encargo de esa misma publicación y viajó al sur para preparar una historia sobre coches tuneados. El joven Wolfe viajó al lugar indicado, entrevistó a los protagonistas, observó y reflexionó sobre ese mundo, pero al llegar el momento de poner en orden sus apuntes no encontró la manera de hilvanarlos. “Lo siento -decía el telegrama enviado a su revista- pero no lo puedo escribir”. El director no se lo tomó con mucho humor, llamó al novato y le exigió que mandase las notas que hubiera tomado, que alguien en la redacción, con más talento, ya se encargaría de darle forma. Wolfe mandó casi cincuenta folios manuscritos y se publicaron sin que nadie tocara una coma.
Resultó que aquellos mordaces y desenfadados apuntes acabaron por constituir el primer artículo del nuevo Wolfe que, junto con Rex Reed, Hunter S. Thompson y Jimmy Breslin, crearon el llamado «nuevo periodismo», en el que los periodistas pueden adoptar técnicas reservadas tradicionalmente a la ficción.
Wolfe fue un defensor a ultranza de la cultura «pop» en los años sesenta, su mejor libro de este período es Gaseosa de ácido eléctrico (1968), relato de un viaje por Estados Unidos en compañía del escritor Ken Kesey. Los primeros artículos de Wolfe fueron reunidos en La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop.
En los setenta usó su sardónica mirada para analizar el delirante y pretencioso mundo del arte y la arquitectura. En La palabra pintada (1975) y ¿Quién teme al Bauhaus feroz? (1981) Wolfe critica las pretensiones del mundo del arte y de la arquitectura respectivamente.
En los ochenta, Wolfe dio un giro inesperado y se lanzó directamente a la ficción, eso sí, cuidadosamente reporteada y publicada por entregas.
En “La hoguera de las vanidades” confronta la cotidianeidad de los habitantes de la ciudad de Nueva York con su fascinación por la riqueza y el poder. Publicada en 1987, La hoguera de las vanidades tiene todas las marcas típicas de Wolfe: personajes desmedidos, páginas y páginas de detalles, signos de exclamación, y sobre todo, una fijación con el tema del estatus.
Sherman McCoy es un joven corredor de bolsa de gran éxito en el mundo de Wall Street. Su vida posee todo lo que cualquiera puede desear: una lujosa mansión en pleno corazón de Nueva York, un estátus social privilegiado, una guapa amante, una mujer perfecta anfitriona y una hija. ¿Qué más se puede pedir?. Pero su vida va a dar un inesperado giro de 180 grados y los fuertes cimientos que creía soportaban su existencia se hundirán bajo su pies sin entender demasiado lo que le está sucediendo. Una noche McCoy y María, su amante, se pierden por las calles del Bronx. Unos jovenes de raza negra interrumpen su camino con un neumático que bloquea la carretera. Cuando Sherman baja del coche para retirarlo, los jovenes se aproximan a él. María, movida por el pánico, pisa el acelerador del Mercedes de McCoy atropellando a uno de los chicos que quedará en coma. A partir de este momento el mundo que Sherman McCoy creía conocer le vuelve la espalda. Acusado por el “intento de asesinato” de un “pobre negro”, su mujer le abandona con su hija, pierde el lujoso piso, el trabajo, su amante y solo le queda la poderosa mano de la justicia, cercana a las elecciones, que intenta por todos los medios buscar como culpable al joven millonario para ganarse los votos de las clases sociales menos favorecidas.
El escenario de “Todo un hombre” es la ciudad de Atlanta, urbe postolímpica y ultramoderna, capital del estado de Georgia. Fiel a sus principios, antes de escribir una sola línea, el autor dedicó largos años a investigar su tema, reuniendo una documentación exhaustiva. Charlie Croker es un magnate de la propiedad inmobiliaria, ex estrella del fútbol (americano) y propietario de una plantación de 29.000 acres, cuyos empleados son todos negros. Wolfe mueve los personajes con destreza por entre los vericuetos de un audaz trazado de argumentos y subargumentos. En este inmenso laberinto, destaca, el relato protagonizado por Conrad Hensley, un humilde empleado de una de las empresas de Croker, a quien los golpes ciegos del destino llevarán primero a la prisión de Alameda County, y luego al de la filosofía estoica de Epicteto.
Pasó a los campus universitarios en “Soy Charlotte Simmons” (2004), que es la historia de una brillante estudiante universitaria que deja su contexto pueblerino en Carolina del Norte para adentrarse en Dupont en un ambiente de sexo, drogas y alcohol. Wolfe hace una radiografía brutal de la Universidad estadounidense centrando la historia en esta muchacha inteligente y trabajadora que pierde el norte al comienzo de sus estudios, rodeada por jóvenes holgazanes y salvajes, y deportistas-universitarios que eran ejemplo de la más absoluta indigencia intelectual.
A diferencia de casi todos sus compañeros y compañeras, Charlotte es virgen, no fuma, no se droga, no dice malas palabras, viste con recato y no practica otro elitismo que el que le concede su elevada capacidad intelectual. Sin embargo, es víctima de un deseo de integración y de triunfo social que acaba por arrasar no sólo con su virginidad, sino también con su propia estima. Lo que viene a partir de su caída en las garras del infame Hoyt Thorpe es el descenso hacia los infiernos de la automortificación y de la soledad, de los que renace, tras una larga y oscura travesía del desierto que contiene algunos de los momentos psicológicamente más logrados de la novela, con vigor renovado en un desenlace donde se integran todas las subtramas, pero que tal vez resulte algo rocambolesco y no del todo convincente
Wolfe volvió su mirada a la ciudad más latina de EE UU con “Bloody Miami” y para ello cuenta con un potente reparto, que incluye desde al musculoso policía cubano Néstor Camacho hasta al doctor Norman que trata a obsesos sexuales, pasando por un pretencioso profesor haitiano, y también, claro está, un joven periodista, John Smith. Wolfe se empeña en crear un hiperactivo, artificioso Miami donde “todo el mundo odia a todo el mundo”, donde el dinero, el poder y la lascivia aparecen como el único norte de los desarticulados personajes.
El protagonista de “Bloody Miami”, Néstor Camacho, el joven agente de policía, integrado y musculoso, vástago de balseros, es un personaje impecable para los propósitos de Wolfe. Vive en el barrio cubano aunque apenas habla español, tiene una novia de bandera, Magdalena, y su jefe le pide que suba por el alto mástil de un velero para arrestar a un pobre cubano mojado que ansía la libertad. El Herald, el periódico de la minoría “blanca”, lo convierte en el héroe que toda la comunidad habanera denigra y margina. Un wasp, el reportero Smith, adopta a Camacho, mientras su familia le rechaza, su novia le abandona y empieza a tener problemas con sus compañeros y jefes.
Metidos ya en harina, el narrador nos presenta al jefe y nuevo novio de Magdalena, el doctor Norman, un psiquiatra wasp adicto al porno y a esquilmar a sus pacientes con el pretexto de curar su afición malsana al sexo virtual.
Néstor se enreda en una serie de escándalos que llevan al alcalde de la ciudad a llamarlo "disturbio racial de un solo hombre" -Wolfe pasa revista de todas y cada una de las tensiones étnicas de la ciudad-, antes de asociarse con al periodista John Smith para desbaratar una banda rusa de falsificadores de arte.
Ed Topping, director del «Miami Herald», esta feliz de haber logrado la exclusiva de la historia de Camacho gracias a la habilidad de John Smith, principiante que resulta casi demasiado hábil pero que cree haber descubierto que la mayoría de las donaciones que ha hecho el millonario Korolyov al museo de arte (tantas que las autoridades han decidido darle al museo su nombre) son falsificaciones, una noticia que sería fatal para la ciudad, pero también para... Ed Topping.

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