Fue publicada en 1978. El libro comienza con un «Preámbulo», donde el autor habla sobre el arte de hacer y completar rompecabezas. Luego se divide en 99 capítulos distribuidos en seis partes, en los que figuran más de 1500 personajes, de los cuales unos 167 son personajes principales, y donde se incluyen numerosas florituras, tipografías, dibujos, esquemas, listas y carteles de diversos productos y eventos reales o ficticios. Cada capítulo se corresponde con una estancia del edificio. Al final de la novela, luego de un breve epílogo, se incluye un plano del inmueble, con la distribución de sus actuales y antiguos habitantes.
La novela cuenta las vidas presentes y pretéritas —incluso en ocasiones fugazmente futuras— de las numerosas personas que habitan o han habitado un antiguo edificio parisino, ubicado específicamente en la calle Simon-Crubellier número 11 del barrio de la Plaine Monceau, en el distrito 17. Cada historia surge de la exhaustiva descripción, por parte de un narrador omnisciente, de alguno de los aposentos del edificio, los cuales son retratados todos en un mismo momento, el 23 de junio de 1975, instantes antes de cumplirse las ocho de la tarde.
En total se relatan más de un centenar de historias diferentes. Estas historias abarcan en conjunto un tiempo comprendido desde 1833 hasta 1975. Muchas de ellas están de alguna manera relacionadas con la de Percival Bartlebooth, que se podría considerar la historia principal de la novela. Bartlebooth es un multimillonario que ha organizado su vida en torno a los rompecabezas, y que para llevar a cabo su proyecto ha recorrido el mundo y recurrido a varios otros habitantes del edificio.
El edificio se construyó sobre dos terrenos, uno de ellos perteneciente al comerciante de madera Samuel Simon, y el otro al alquilador de vehículos Norbert Crubellier. Aquel era un suburbio de pequeña industria, pero luego que sobre los terrenos vecinos comenzara a levantarse un prometedor barrio residencial, ambos decidieron en 1875 comenzar también a parcelar su terreno. Los edificios de la manzana, todos semejantes, fueron construidos sin mucha imaginación por un arquitecto y su hijo. El edificio se acabó de construir en 1885.
La novela acaba con un epílogo referido a la muerte de Serge Valène el viernes 15 de agosto de 1975, durante la fiesta de la Asunción. Desde hace un tiempo, había sido cuidado diariamente por la Sra. Nochère, Elzbieta Orlowska y Célia Crespi. El día anterior el edificio se ha quedado prácticamente vacío.
Valène falleció tranquilo, recostado en su cama. Antes de morir, dejó esbozado un último cuadro, correspondiente a una gran tela donde dividía en cuadrantes regulares el plano de un edificio vacío, como si se tratara de un rompecabezas que, como los de Bartlebooth, tampoco será terminado.
Valène falleció tranquilo, recostado en su cama. Antes de morir, dejó esbozado un último cuadro, correspondiente a una gran tela donde dividía en cuadrantes regulares el plano de un edificio vacío, como si se tratara de un rompecabezas que, como los de Bartlebooth, tampoco será terminado.
Desde su publicación en 1978, este libro fue calificado como una obra maestra. La vida instrucciones de uso ha sido comparada con otras obras notables, como la Divina comedia de Dante Alighieri, Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer y Ulises de James Joyce.
Bartlebooth es un curioso personaje de sobrada fortuna que un buen día toma la decisión de entregarse, el resto de sus años, a una rocambolesca aventura. Solicita del pintor Valene una clase diaria de pintura durante 10 años; una vez dominada la acuarela, emprende un viaje alrededor del mundo con su ayudante que se extenderá 20 años. En ese tiempo pintará 500 marinas que irá enviando, periódicamente, a Gaspard Winckler que se encargará de convertirlas en puzzles de 750 piezas. Al regreso de su viaje, Bartlebooth comienza a armar, también periódicamente, todos esos rompecabezas para que Morellet, artesano, consiga recuperar las acuarelas originales borrando todo rastro de la división del puzzle. Dichas marinas, de nuevo intactas, serán destruidas en una disolución que recobrará la hoja en blanco.
Bartlebooth es la piedra angular de La vida instrucciones de uso, pero sólo uno de sus numerosísimos personajes, habitantes en su mayoría del inmueble de Simon-Crubellier. No estamos ante una novela al uso, sino ante un rompecabezas: un libro cuyos breves capítulos (99) constituyen secciones del edificio. En cada sección Perec nos describe con minucioso detalle la habitación del piso, sus objetos, los cuadros, suelo, techo, esquinas y, cómo no, sus inquilinos. De los inquilinos iremos sabiendo sus historias, las de los antiguos moradores y la de cada uno de los nombres cruzados en sus experiencias.
Podría apabullar tanto nombre, tanto adelanto y retroceso y, sobre todo, tanta enumeración, pero rara vez sucede. No importa perder el hilo de los personajes, pues no es historia de trama concreta, con sus paradas y sus puntos claves. En cuanto a las enumeraciones, unas pocas ralentizan pero no incomodan (salto y punto), la mayoría deleitan por sus excentricidades, sus mezclas variopintas, sus retazos de una vida.
Perec nos presenta una urdimbre de historias entrelazadas silenciosamente a través de un edificio parisino que vive su decadencia. Es una gran novela que contiene novelas menores o una novela matrioska: cada capítulo habla de un lugar específico del interior del inmueble-sea un apartamento o una zona común descrito exhaustivamente y de la persona o personas que lo ocupan.
Capítulo a capítulo, el libro se enriquece con una variada colección de objetos, personas e historias que poco a poco, al establecerse nexos entre ellos, van dibujando algo mucho mayor que una simple aglomeración de habitaciones, tal como las teselas de un mosaico van formando una figura: una "novela de novelas", riquísima, con interesantes personajes cuyas aventuras se extienden, durante décadas, por varios océanos y continentes. Dentro de todas ellas, un par de metáforas de la novela: el pintor que quiere representar en un gran lienzo a todos los inquilinos de la casa, presentes y pasados, y el inglés excéntrico que dedica su vida a no dejar huella, mediante un complicadísimo procedimiento en el que los puzzles juegan el papel principal.
El estilo de Georges Perèc es muchas veces árido, semejante al de un acta policial o notarial. El autor intenta mantenerse neutral frente a lo descrito, por lo que, para no discriminar lugares, objetos o personas, lo retrata todo con la misma meticulosidad, nos parezca o no relevante. En la reiteración obsesiva de sus descripciones, enumeraciones y clasificaciones de objetos se puede advertir un fijar la atención minuciosa y escrutadora sin menoscabo del carácter provisorio que bajo su mirada adquiere cualquiera realidad.
Es en este sentido que la obra de Georges Perèc tiene la vocación del catálogo. A lo largo de sus páginas, los personajes cobran consistencia gracias al catálogo que determina sus vidas, situándolos en medio de intrigas melodramáticas, misteriosos vínculos con objetos y síntomas compulsivos que dan lugar a aquellos particulares diagnósticos, heredados de la patología de autores de la modernidad decimonónica.